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Opinión

Editorial: La responsabilidad de los electores

Publicado por: Claudio Nuñez | domingo 31 de octubre de 2021 | Publicado a las: 10:58

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Nuestra atención está en los electores y el llamado es conocer los planes de los candidatos, encontrar lineamientos, programas y proyectos interesantes que reflejan el criterio y estilo del aspirante, así como el marco de su gestión si resulta elegido. La invitación es a votar a conciencia y de manera informada. Que no nos ocurra que tarde nos damos cuenta de nuestro error.

Por lo general, la sociedad chilena desde el siglo XVII no requería consultar al pueblo para elegir a sus gobernantes, pues su opinión no era relevante para elegir a sus dirigentes políticos. Eran sociedades jerárquicas, cuyos aristócratas garantizaban dicho orden, a través de reyes y la justificación religiosa del poder político.

Tener el aval de Dios era un imaginario poderoso, hasta el punto de que ir contra su autoridad resultaba casi inconcebible. Sin embargo, ninguna sociedad puede sostenerse eternamente, por lo que su crisis permitió la separación de un nuevo modelo de organización social, donde el Estado debía dividir su poder y la fuente de ese poder político debiera ser el pueblo. Ya no sería Dios la fuente del poder ni el gobernante el único que concentre el poder terrenal.

De ese modo se abrió un espacio para que las personas puedan elegir a sus representantes.

El aumento de los niveles de participación electoral tuvo un impulso considerable con la incorporación de la mujer en la vida política. En 1935 se permitió el voto femenino en las elecciones municipales, y en 1949 en las elecciones presidenciales y parlamentarias. El aumento del electorado tuvo desde entonces un rápido crecimiento, incentivado por la introducción de la cédula única electoral en 1958, que puso fin al cohecho, la aprobación del voto de ciegos en 1969 y de los analfabetos en 1972.

El porcentaje de votantes con respecto a la población pasó de un 7,6% en 1932 a un 36,1% en las elecciones de 1973, uno de los niveles más altos en la historia de Chile. La movilización masiva de la población a fines de la década de 1960 e inicios de los setenta, en un contexto de alta polarización política, se interrumpió abruptamente con el golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973, que puso fin al gobierno de Salvador Allende.

Pese a ese breve recuerdo de nuestra historia política y cómo los nieles de participación fueron creciendo década a década o mejor dicho, elección tras elección, no siempre la democracia puede interpretarse como una forma de elección de los representantes de los ciudadanos que a través de un voto expresan sus intereses y preferencias a través de un representante. Sin embargo, pensado desde toda la comunidad política, es decir, desde los intereses del país, se vota porque queremos un mejor país para todos. Articular correctamente ambas motivaciones será fruto de una cultura democrática y ética.

Pero la experiencia práctica nos retrotrae constantemente a los escenarios de finales de los siglos XVIII, XIX e incluso XX, cuando vemos en las más altas cumbres de la administración del país, a representantes de sectores que concentran el poder político y económico, aun hasta nuestros días. La pregunta es: ¿de quién es la responsabilidad?

Tema espinudo y por ello, los analistas políticos lo eluden porque significa entrar en diferencias precisamente con quienes manejan esos poderes y con ello, las dádivas y los palmetazos en las espaldas.

Las denuncias señaladas en los últimos años y especialmente en las últimas semanas, nos dice que fuimos los propios ciudadanos los responsables de elegir autoridades que, pese a las denuncias, tenían escondidas sus altos compromisos financieros que fortalecieron su poder económico. El propio y el de sus familias y amigos.

Nuestra atención está en los electores y el llamado es conocer los planes de los candidatos, encontrar lineamientos, programas y proyectos interesantes que reflejan el criterio y estilo del aspirante, así como el marco de su gestión si resulta elegido. La invitación es a votar a conciencia y de manera informada. Que no nos ocurra que tarde nos damos cuenta de nuestro error.


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