Publicado por: Claudio Nuñez | domingo 27 de diciembre de 2020 | Publicado a las: 07:00
Muchos pueblos en el valle de la Decisión; porque cercano está el día de Jehová en el valle de la Decisión. Joel 3:14.
Habían transcurrido 34 años desde el día en que mi madre había aceptado a Jesús y mi padre había oído hablar del Salvador por primera vez. Al comienzo él hizo muy difícil las cosas para la joven esposa que había decidido unirse a la iglesia. Después, con el tiempo, se dio cuenta de que el cristianismo era un muro de protección para los hijos y decidió apoyar a la familia en la iglesia, pero nunca se comprometió con Dios. Era un buen padre de familia, un marido ejemplar -no fumaba, no bebía y no tenía algún otro vicio-, pero no quería un compromiso mayor con Jesús.
Los años pasaron. Yo me transformé en pastor y fui al Brasil. Dios bendijo mi ministerio, pero en el fondo del corazón siempre llevaba la tristeza de saber que mi padre no se decidía en favor de Cristo.
«Yo no hago mal a nadie», decía cada vez que hablaba con él sobre el tema. «No quiero ser bautizado sólo porque de tanto en tanto asisto a la iglesia, devuelvo el diezmo y guardo el sábado».
Durante muchos años coloqué, en mis oraciones personales, el nombre de mi padre ante Dios, hasta que un día, de regreso a mi país en la época de Navidad, mi padre me dio la agradable sorpresa de que quería ser bautizado.
Un sábado de tarde entré con él en el pila bautismal y sellé el pacto de amor con Dios que mi padre había hecho. Esa noche la familia había prepara do una fiesta en casa para celebrar la alegría de ver al padre bautizado. Eramos nueve hermanos y todos estábamos en la iglesia, con sus respectivos cónyuges e hijos. ¿Podía haber mayor alegría que la de ver al único miembro de la familia que estaba faltando, ahora unido a nosotros en la bendita esperanza del regreso de Cristo?
Pero esa noche descubrí que mi padre no tenía más que dos meses de vida, porque un terrible cáncer lo estaba consumiendo.
Cuando llegó el momento de regresar al Brasil entré en su cuarto. Tenía el rostro arrugado por el tiempo y el cuerpo consumido por la enfermedad. Sabía que lo estaba viendo por última vez en la tierra, y sentí ganas de llorar, pero su sonrisa me animó: «Ve en paz, hijo, cumple tu ministerio en el Brasil, yo ya no tengo miedo de nada. Ahora conozco a Jesús».
Un mes después de mi partida recibí la triste noticia de que mi padre había descansado en la bendita esperanza de ver a sus hijos cuando Jesús retornara.
¿Y tú ? ¿Ya te decidiste? ¿0 estás entre las multitudes en el valle de la decisión? Dios está dispuesto a hacer todo por ti. Lo único que no puede hacer es tomar la decisión por ti. Esa es tu parte. ¿Por qué no decidir hoy y dar la mayor sorpresa de la vida a tu familia? En esta mañana estaré orando por ti, aunque no te conozco. ¡Decídete ahora por Jesús! (Pr. Alejandro Bullón).