Publicado por: Claudio Nuñez | lunes 22 de junio de 2020 | Publicado a las: 10:57
Escribe: Jorge Aguirre Hrepic, consultor en Inseguridad, criminalista-criminólogo.
Desde siempre el crimen o delito, ha sido lo más parecido a una sombra latente sobre todas las sociedades, que avanzan adosadas a las personas y que solo se materializan por la propia voluntad, o cuando surge un miedo insuperable e irresistible, o motivación especial, que puede tener causal de justificación o no. Al respecto, los Tribunales de Justicia, tienen la última palabra, cuando es cosa juzgada.
Sin embargo, hay que responsablemente distinguir, que no es lo mismo, cuando una persona por circunstancias y contextos únicos e irrepetibles, ejecutan un acto constitutivo de delito, con o sin intención de cometerlo, pero en la práctica, sucede y por lo tanto, esta infracción de la norma, conlleva una sentencia, sea condenatoria o exculpatoria.
La otra arista, – en otro extremo-, es la persona que vive del delito, es decir un delincuente habitual, lo que se conoce criminológicamente como “el criminal profesional refractario al trabajo”. Es decir, que repele el trabajo honesto, como se conoce en función de profesiones, artes y oficios.
Por ello, el derecho, a través de la ley, ha creado “bienes jurídicos”, para protegerlos normativamente, creando una tipología penal, donde la vida, la libertad, los bienes, la propiedad, las personas, la fe pública, etc. Son cautelados.
La teoría, es fantástica, da para mucho, prácticamente no deja nada al azar, y constantemente, conforme avanza el tiempo y las sociedades, se crean nuevos delitos o se sancionan otra inconductas, pero lamentablemente nunca es suficiente,- o por lo menos así se evalúa-, para evitar el acto delictivo.
Entonces, surge la prevención, es decir evitar que ocurran delitos, y por ello se implementan diversas estrategias, campañas y programas, para bajar o reducir los delitos o tipos de delitos, que más afectan, conforme a cada problemática de los territorios, que no siempre son iguales.
De ahí que surge, un antiguo dicho que señala; “cada sociedad tiene los delitos y delincuentes que se merece”, lo que es muy discutible por cierto y se cataloga como algo políticamente incorrecto.
En este sentido, el delito es fluctuante, por diversas razones y motivos, que nunca faltan, especialmente porque siempre, hay un grupo de personas que son seducidas por la conducta socialmente desviada.
También, hay grupos de delitos, especialidades de delitos y niveles de perfeccionamiento, donde algunos logran verdaderos post grados académicos delictivos, después de pasantías (becas estatales) en centros penitenciarios, donde muchos simulan reducir su compromiso delictivo ante las sendas comisiones técnicas al efecto, y de vuelta en la “calle”, aplican sus nuevos conocimientos.
Bajo el paradigma de que “el crimen no paga”, más allá de lo que antaño mostraba la cinematografía, donde al final de la película, el malo de la misma trama, perdía y era encarcelado o fallecía. El policía ganaba y se quedaba con la niña bonita. En este orden, el significado terminal, era que el crimen, más tarde que temprano, igualmente, tenía un castigo, es decir no se ensalzaba la “impunidad”. Salvo honrosas excepciones.
Como sea, la discusión de siempre, es si ¿el crimen paga o no paga?
La respuesta es clara, si el delito no fuera rentable, no habría delitos.
Lo que si hay que definir, son los niveles de rentabilidad, en que porcentajes y cuál es la masa laboral criminal o no, que se beneficia del delito.
El crimen o delito, es derechamente un “negocio” y no solo los delitos económicos o conocidos como de “cuello y corbata”, sino que, una gama variable de delitos, incluso muchos no considerados en los grupos de encuestas.
Lo anterior, se basa en que los denominados “delitos de mayor connotación social” (DMCS) cuya fuente de recolección de información es a través de la Encuesta de Victimización tabulada a través de la ENUSC (encuesta nacional urbana de seguridad ciudadana), con énfasis ahora, en cuatro grupos a saber; daños, amenazas, delitos cibernéticos y delitos de connotación económica. Todo ello en el ámbito urbano y con cierta cantidad de habitantes.
En este sentido, el delito de abigeato, de creciente incidencia, cometido preferentemente en zonas rurales, no cuenta. Pero las víctimas son reales y generalmente de escasos recursos.
Si bien las estadísticas, ayudan a medir la dinámica delictiva, sea de forma cualitativa o cuantitativa, se basa en la “denuncia” (dar cuenta del delito), la información para establecer los aumentos o disminución de delitos, sin considerarse seriamente la “cifra negra del delito” (los que ocurren y no son denunciados).
Siguiendo el hilo conductor, los delitos mutan, evolucionan, se perfeccionan, se ajustan a los tiempos, surgen nuevos métodos, se adelantan a la persecución penal, se tecnifican, amplían sus fronteras, no se licitan en mercado público, no tienen formalidades y se mantienen los acuerdos de palabra, no van a firmar a una notaría, un negocio o alianza delictiva. Eso sí, la garantía, se cobra al contado, como sea, en el rompimiento del acuerdo, el propio crimen, sí cobra y paga.
La otra pregunta, con esto de la pandemia, toque de queda, estado de excepción constitucional, ¿el crimen debe haber disminuido?
Respuesta, lamentablemente no. No solo no ha disminuido, ni tampoco mantenido, sino que, ha aumentado. Poco se dice al respecto.
Pero el dato duro, proviene más allá de las estadísticas, surge de comentarios, reclamos, insatisfacciones de las personas afectadas que no denuncian, fundamentalmente porque lo encuentran inoficioso, particularmente por experiencias anteriores, es decir son víctimas recurrentes con experiencias previas, personas ya cansadas de la burocracia penal.
De norte a sur, de cordillera a mar, la molestia ciudadana se nota, máxime que los noticiarios, poseen una carga de novedades delictivas a diario, y eso que no todos los delitos tienen cobertura noticiosa.
El punto principal, es como existiendo restricciones, habiéndose aumentado patrullajes y controles, el delito no ha mermado.
La razón es simple, el delincuente evalúa, generalmente su accionar, aprecia la situación y aprovecha las debilidades de la sociedad. Saben que la proliferación de “giles” (como denominan a las personas que trabajan honradamente), en estas fechas y ante la pandemia, han bajado su guardia.
Asimismo, saben que la mal llamada autoridad policial, está más “blanda”, y prefiere no tener problemas ante el combate del delito, por lo tanto la mesa esta puesta, solo hay que sentarse y degustar de la parrilla de oportunidades para delinquir y gozar de la impunidad que persiste en el ambiente. Es decir el ambiente criminógeno, esta desatado.
Un amigo, esta semana, en la ciudad de Temuco, fue a comprar a una multitienda denominada “Fácil”, la que posee un gran estacionamiento, donde ahora volvieron los cuidadores de autos, comerciantes ambulantes, vendedores de alcohol gel y mascarillas.
Este amigo, estacionó su vehículo, lo cerró debidamente, tomó el carro en el mismo estacionamiento ya que actualmente no hay recolectores de los mismos, caminó hacia la numerosa fila de ingreso, espero su tiempo, luego le tomaron la temperatura, le aplicaron alcohol gel y amonio cuaternario, ingresó al recinto, compró algunos productos de mantención y reparación para la vivienda, hizo la fila para cancelar, luego hizo otra fila para salir del local y llegó a su vehículo, que aparentemente estaba sin novedad.
Presto a retirarse, se acerca un cuidador informal, y le comunica que su vehículo fue abierto mediante un sistema electrónico que barre las señales de seguridad y un reconocido delincuente habitual, que opera siempre en ese sector, abrió la puerta del conductor y sustrajo algunas especies para darse a la fuga en un auto marca Citroën.
En el mismo lugar, indicaron que el delincuente tenía por apodo “Chuncho” y vivía en la vecina comuna de Padre Las Casas.
Seguidamente, mi amigo, verificó y efectivamente le faltaban varias especies y documentos, sin embargo el delincuente había sido selectivo para las especies sustraídas, sacando las que tienen valor de reventa rápida.
En ese instante, habían varios empleados del recinto, fumando en el estacionamiento, a quienes se les comunicó el hecho y ni se inmutaron al efecto, tampoco había cámaras de seguridad y varios etc. Es decir un hecho más para la estadística, pero de la cifra negra, ya que mi amigo dijo, no saco nada con denunciar, no quiero recibir una carta de la fiscalía, señalando que por no aportar el RUT ni el video del tipo robando, han decidido archivar el caso.
Mi dilecto amigo, tomó aire, se acordó de la Sra. Madre del delincuente, y pensó en llamar a un sicario caribeño para que pusiera orden con el “Chuncho”, ya que seguramente pronto volverá al mismo lugar.
Este mal ejemplo, pero que sirve con fines docentes y para esta nota, refleja lo que sucede, en todas partes. Un lugar de alta concurrencia, en horario acotado, con perímetro controlado, no posee las medidas de seguridad básicas, -lo que ya no importa a nadie-, sino que, la reacción de personas que observan, testigos, trabajadores y otros, se acostumbraron a tolerar la acción delictiva y el temor los supera, donde cada uno cuida lo suyo. No existen detenciones ciudadanas y menos de guardias. Llamar al nivel 133 o 134 es inoficioso, latoso y solo se incrementa la rabia y la impotencia.
Mi amigo, pensó que era el único, pero pronto, se enteró que esta situación es diariamente habitual, es una picada delictiva. Entonces, vino la semblanza conformista, para que denunciar si a otros les ha pasado lo mismo y no ha ocurrido nada.
Para mi amigo esta fue una pérdida irreparable, se llevaron cosas que no se recuperan, para el “Chuncho”, un negocio rentable a priori, para la justicia un caso menos que procesar, para la estadística, un hecho oscuro y desconocido, para la tienda “Fácil” un reclamo que nunca fue, para la seguridad privada que cambió de giro y que hoy solo efectúan control sanitario, una vergüenza que no sienten; pero para la sociedad Temuquense, una amenaza latente, que cual lotería premia a diferentes ciudadanos, hasta que un cliente se enfrente al “chuncho” en forma flagrante y el resultado sea a lo menos fatal para uno de ellos y ahí recién, habrá importancia jurídica, estadística y comunicacional. Seguimos sin aprender.