Publicado por: Karina Pavez | sábado 29 de agosto de 2015 | Publicado a las: 11:42
Según el diccionario de la Real Academia Española, el estigma es – en una de sus acepciones – una marca impuesta con hierro candente, bien como pena infamante, bien como signo de esclavitud y, al decir de Erving Goffman, autor en 1970 de un libro titulado precisamente “Estigma”, los estigmatizados son aquellos individuos que están inhabilitados para una plena aceptación social.
Podemos entender más fácilmente, entonces, por qué el estigma del suicidio se convierte en un obstáculo considerable cuando una persona en crisis necesita ayuda. En primer lugar, es esa misma persona la que frecuentemente, por miedo a ser marcada con una etiqueta indeleble, evita hablar del dolor que la atormenta y que a veces puede tornarse intolerable. En segundo lugar, a quienes estamos a su alrededor nos resulta muy difícil – y en ocasiones imposible – asumir que un ser querido esté pensando en la muerte por mano propia. Consciente de esta situación, la OMS, con motivo del Día Mundial para la Prevención del Suicidio, el 10 de septiembre de 2013, eligió como lema para abordar este asunto: “El estigma: una barrera importante para la prevención del suicidio”.
Y es que la muerte, por lo menos en el mundo occidental, es un tabú y como tal nos impide hacerle frente a un hecho inevitable. Pero, cuando a nuestro temor a hablar del tema le sumamos el estigma del suicidio, no podemos sorprendernos de que las muertes autoinfligidas nos estén ganando la batalla. Las cifras de suicidio en nuestro país no hacen más que aumentar y, lamentablemente, el grupo que crece a mayor velocidad es el de los niños y jóvenes.
Los estigmas y tabúes nacen de la ignorancia. Por tal motivo, tenemos la obligación de informarnos sobre el suicidio y derribar los mitos y prejuicios que han contribuido a tantas muertes. Quizás el principal mito que debemos dejar atrás es que no por preguntarle a una persona si está pensando en suicidarse le vamos a poner la idea en la cabeza. Lo más probable es que, si preguntamos con calma y escuchamos la temida respuesta con atención y cariño, sin juzgar ni escandalizarnos, lograremos bajar la presión, evitaremos que esa persona se sienta estigmatizada y podremos acompañarla a buscar ayuda. Todos somos capaces de prevenir un suicidio; para muchos el solo hecho de ser escuchados, acogidos y abrazados basta para disipar el momento de crisis.
Debemos tener muy presente que el suicida generalmente no quiere morir, sino poner fin al dolor que ha ido acumulando durante largo tiempo. Puede estar convencido de que no hay otra solución a su tragedia; sin embargo, cuando se le presentan alternativas viables, son altas las probabilidades de que escoja seguir viviendo.
Por eso, lo que nos proponemos hoy a través de nuestra fundación es arrasar con tabúes y estigmas, enfrentar el tema de suicidio sin temor ni vergüenza y acompañar a niños y jóvenes en la búsqueda de su lugar en el mundo, del sentido de su vida. No podemos permitir que tantos y tantos transiten por ese camino de dolor del alma que tuvo que recorrer con sólo veinte años nuestro inspirador, José Ignacio, y que, como él, sin que hayamos podido hacer nada por evitarlo, un día no puedan vislumbrar otro alivio a su sufrimiento que no sea la muerte.
Por Paulina del Río