Publicado por: Claudio Nuñez | lunes 21 de septiembre de 2020 | Publicado a las: 10:40
“Ya se sabe que Chile es el único país del continente que no celebra carnavales. Una ordenanza de 1816 emitida por el gobernador Casimiro Marcó del Pont los prohibió por los desórdenes y suciedad que generaban en las calles (…) Pero, más allá del traslape carnavalesco, celebramos a Chile. Se supone que tributamos a la bandera, la patria, la música, las comidas y otros símbolos representativos de la identidad nacional. Pero ¿podemos hablar de una sola identidad?”.
Escribe: Patricio López, director de Radio, Diario Universidad de Chile.
Este año, no cabe duda, tendremos las Fiestas Patrias más reflexivas de todas nuestras vidas (ojalá así sea, puesto que resulta indispensable mantener estrictas las medidas de autocuidado). No habrá fondas, ni largos pies de cuecas, ni Parada Militar, ni volantines, ni multitudes en el Parque O´Higgins, ni en La Pampilla en Coquimbo, ni en el Parque Alejo Barrios de Playa Ancha, todo lo cual nos da la oportunidad para preguntarnos, esta vez con más sosiego, sobre qué celebramos en esta fecha.
Ya se sabe que Chile es el único país del continente que no celebra carnavales. Una ordenanza de 1816 emitida por el gobernador Casimiro Marcó del Pont los prohibió por los desórdenes y suciedad que generaban en las calles: “Teniendo acreditada por la experiencia, las fatales y frecuentes desgracias que resultan de los graves abusos que se ejecutan en las calles y plazas de esta Capital en los días de Carnestolendas (carnaval) principalmente por las gentes que se apandillan a sostener entre sí los risibles juegos y vulgaridades de arrojarse agua unas a otras; y debiendo tomar la más seria y eficaz providencia que estirpe de raíz tan fea, perniciosa y ridícula costumbre; POR TANTO ORDENO Y MANDO que ninguna persona estante, habitante o transeúnte de cualquier calidad, clase o condición que sea, pueda jugar los recordados juegos u otros, como máscaras, disfraces, corredurías a caballo, juntas o bailes, que provoquen reunión de jentes o causen bullicio…”
Curiosamente, la pulsión popular convirtió a las Fiestas Patrias en el reemplazo de aquella otra donde, se puede ver, se hace más o menos lo mismo que prohibió el Gobernador.
Pero, más allá del traslape carnavalesco, celebramos a Chile. Se supone que tributamos a la bandera, la patria, la música, las comidas y otros símbolos representativos de la identidad nacional. Pero ¿podemos hablar de una sola identidad?
Ciertamente, así fue al principio, cuando había territorio, más no Estado, por lo que las señas de nuestra identidad se construyeron desde el centro elitario. Sin embargo, qué duda cabe que la extraordinaria diversidad paisajística entraña grandes diferencias culturales: mar y cordillera, altiplano, desierto, valles, bosques, Patagonia y zonas isleñas que están más cerca de la Polinesia que de nuestro propio territorio continental.
Chile es la expresión cultural de todas esas gentes a la vez y conocerlas, en estricto rigor, es conocernos, tal como lo plantea brillantemente nuestro último premio nacional de Literatura, Elicura Chihuailaf, en su célebre ensayo “Recado Confidencial a los Chilenos”. Nos interpela el Poeta: “¿cuánto conoce usted de nosotros? ¿Cuánto reconoce en usted de nosotros? ¿Cuánto sabe de los orígenes, las causas de los conflictos de nuestro Pueblo frente al Estado nacional? ¿Qué ha escuchado del pensamiento de nuestra gente y de su gente que -en la búsqueda, antes que todo, de otras visiones de mundo, que siempre enriquecen la propia- se ha comprometido con el entendimiento de nuestra cultura y nuestra situación? ¡Nos conocemos tan poco!”
Ante la pretensión cada vez más insostenible del Chile homogéneo, que a veces incluso se expresa de forma violenta, habría que decir que el aplastamiento o la negación de la diversidad, además de tapar el sol con un dedo, construye prácticas discriminatorias y radicaliza los conflictos.
Dicho todo esto, ahora Chile también es migración. En realidad, siempre lo fue, salvo que ahora es más notoria. Lentamente, las culturas peruana, argentina, boliviana, haitiana, colombiana, venezolana, dominicana y otras empiezan a permearnos. Y así como la empanada, que creemos tan nuestra, es una preparación española presente en todos los países del continente, también empezamos a acostumbrarnos a que los ceviches y las arepas sean platos típicos en nuestra comunidad.
La idea de Chile en plural es una enorme oportunidad para imaginar un país más dialogante, que deje atrás la insoportable segregación que se evidenció con la pandemia, lo cual supone buscar estructuras institucionales que permitan efectivamente esa mayor integración, así como ocurre con naturalidad en distintas partes del mundo. Hay quienes han planteado que en un eventual escenario constituyente, distintos tipos de derechos podrían ser consagrados por la nueva carta fundamental, entre los que se cuentan los de los pueblos indígenas y de las comunidades migrantes, pero también la tan anhelada y nunca conseguida descentralización.
Para efectos de hablar de Chile, de un Chile mejor para cada uno de sus habitantes en su respetable particularidad, parece ser que la reflexión como consecuencia del repliegue de la pandemia puede venir bien, a un mes además del plebiscito constitucional. Pensar cómo anhelamos que sea el país del futuro, y por lo tanto qué define nuestra identidad, o identidades, parece ser una buena tarea para los días de fiestas patrias que ya se nos acercan.