Publicado por: Karina Pavez | martes 26 de abril de 2016 | Publicado a las: 00:26
El psicólogo Eric Robinson tiene una herramienta sorprendente para perder peso. Es algo que todos tenemos, pero que quizás no utilizamos todo lo que nos gustaría: la memoria.
Las personas que hacen dieta suelen sentir que están en guerra contra sus estómagos, pero los psicólogos como Robinson creen que el apetito se forma tanto en nuestras mentes como en nuestros intestinos.
Tanto es así que si intentas recordar la última vez que comiste, cree Robinson, puedes adelgazar sin sentir las punzadas de hambre.
«Muchas investigaciones muestran que factores psicológicos sutiles pueden tener un impacto en la cantidad de comida que ingerimos, pero la mayoría de la gente no es consciente», dice Robinson, que trabaja en la Universidad de Liverpool.
Falta de recuerdos
La inspiración para esta teoría procede, en parte, de estudios con personas que sufren amnesia anterógrada.
Se trata de personas con las que puedes mantener una conversación profunda y, sin embargo, 20 minutos después no tendrán ni la menor idea de quién eres.
Lo mismo les sucede con lo que comen. En uno de los estudios más importantes sobre esta cuestión participaron dos pacientes (un exmúsico y un exbanquero) que desarrollaron amnesia anterógrada tras sufrir una infección causada por un herpes.
La infección afectó a partes de su lóbulo temporal, la parte del cerebro que acoge los nuevos recuerdos.
Primero les dieron un plato con bocadillos y pastel, que comieron hasta que se sintieron llenos.
Unos 15 minutos después volvieron con más raciones.
Mientras que los voluntarios sanos tendían a sentirse demasiado llenos como para seguir comiendo, los dos sujetos amnésicos volvieron a comer hasta que se sintieron saciados.
«Se olvidan de que ya han comido, así que si se les vuelve a ofrecer, volverán a comer», dice Glyn Humphreys, de la Universidad de Oxford, quien dirigió el estudio.
Variedad de sabores
A pesar de su mala memoria, los dos amnésicos no eran totalmente inconscientes a la hora de comer.
En otra parte del experimento les permitieron probar varios tipos de alimentos, como pudín de arroz, papas o chocolate.
Al cabo de un rato les volvieron a ofrecer lo mismo.
La mayor parte de la gente busca la variedad en los sabores. Así que si nos ofrecen varias opciones, la segunda vez elegiremos otra cosa.
En este caso, los dos voluntarios amnésicos también se sintieron menos tentados por lo que ya habían comido antes, a pesar de que dijeron no tener ningún recuerdo de haberlo hecho.
Su cambio de preferencias sugiere que no tenían ningún problema en el procesamiento sensorial de los platos.
Simplemente, no podían crear un recuerdo explícito y consciente de la comida.
Y, sin ese recuerdo, sentían que seguían estando hambrientos, aunque sus estómagos estuvieran llenos.
Fácil de engañar
Podríamos pensar que un cerebro sano sabe perfectamente tomar nota de lo que has comido, pero investigaciones recientes muestran que es fácil engañar al cerebro.
Jeff Brunstrom, de la Universidad de Bristol, encargó a sus voluntarios una tarea sencilla: comer un cuenco de sopa.
Sin que ellos lo supieran, Brunstrom había conectado un tubo con el cuenco, lo que le permitía rellenar la sopa de algunos de los participantes en el experimento sin que estos lo notaran.
Brunstrom se dio cuenta de que el hecho de que siguieran o no picoteando después de comer la sopa dependía casi por completo de la apariencia del cuenco al principio de la comida (si parecía grande o pequeño) y muy poco de la cantidad real que había en él.
Todo esto debilita la idea frecuente de que el hambre depende enteramente de las hormonas del intestino.
«No estoy diciendo que este tipo de señal no sea importante, pero el rol de la cognición no ha recibido la atención que merece», dice Brunstrom. Y en muchas ocasiones puede ser incluso más importante.
Cuestión de distracción
Las distracciones de la vida moderna, como la televisión o los teléfonos inteligentes, pueden afectar a nuestros recuerdos de lo que hemos comido.
Brunstrom pidió a sus voluntarios que comieran con una mano mientras jugaban al solitario con la otra.
Los participantes tuvieron problemas para acordarse posteriormente de la comida, y comieron más galletas a lo largo del día.
Es por esta razón que los investigadores están buscando formas para mejorar la memoria sensorial de la comida.
Robinson probó recientemente si un disco, sonando durante la comida, podía ayudar a un grupo de mujeres obesas a comer unos bocadillos de jamón de manera más consciente.
Las instrucciones eran simples. La pieza, de tres minutos, les pedía que se centraran en la experiencia sensual de la comida: la apariencia, el sabor y el olor.
Un segundo grupo de control comió con el agradable sonido de un cuco.
Tal y como Robinson esperaba, la gente a la que se le pidió que saboreara su comida fue capaz de describirla posteriormente, y picoteó menos tres horas después del experimento, consumiendo un 30% menos de calorías.
Solución llevadera
Si esto no funciona para todo el mundo, Robinson tiene otras ideas.
En otro experimento, pedir a los participantes que recordaran conscientemente lo que habían comido ese día hacía que no se excedieran en la siguiente comida.
Incluso la imaginación puede ayudar: investigadores de Estados Unidos concluyeron que visualizar tus antojos con detalle parece engañar a la mente y hacer que piense que has comido esos antojos en realidad, reduciendo el deseo de que te los comas de verdad.
Robinson trabaja en la actualidad en una aplicación para recordar de forma rutinaria al usuario que rememore las comidas que hace durante el día.
Pero Robinson indica que todavía se necesitan ensayos mayores para ver si estos trucos memorísticos son efectivos en la batalla contra la obesidad.
También le preocupa que la gente se canse de los procedimientos, sobre todo si tienen que escuchar un disco cada vez que comen.
Esta forma «más atenta» de comer no parece reducir el placer de las comidas, sino todo lo contrario.
Si funcionan, estos trucos memorísticos podrían llevar a un programa de adelgazamiento que, además, aumentara el placer de la comida.
Y sería una de las soluciones más llevaderas en la batalla contra la obesidad.
Por David Robson,BBC Future.