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Reflexiones cristianas: El testimonio de Jesús revela el eterno amor divino

Publicado por: Claudio Nuñez | viernes 18 de octubre de 2019 | Publicado a las: 15:22

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«Yo Juan, vuestro hermano, y copartícipe vuestro en la tribulación, en el reino y en la presencia de Jesucristo, estaba en la isla llamada Patmos, por causa de la palabra de Dios y el testimonio de Jesucristo» (Apoc. 1: 9).

Es por medio de este «hermano, y copartícipe… en la tribulación» que Cristo revela a su pueblo el terrible conflicto que habrán de afrontar antes de la segunda venida del Señor. Antes que las escenas de esta agria lucha se abrieran ante sus ojos, se les advierte que otros creyentes también han bebido de la copa y participado de este bautismo. El que sostuvo a los primeros testigos de la verdad no olvidará a su pueblo en el conflicto final.

Fue en tiempos de feroz persecución y en medio de densas tinieblas —cuando Satanás parecía triunfar sobre los fieles testigos de Dios—, que Juan, siendo ya un anciano, fue desterrado. Se lo separó de sus compañeros en la fe y de sus tareas en el evangelio, pero no se lo pudo separar de la presencia de Dios. Aquel desolado lugar donde se lo confinó fue para él la puerta del cielo. El dice: «Yo estaba en el Espíritu en el día del Señor—el día santo que Dios había bendecido y apartado como su posesión—, y oí detrás de mí una voz como de trompeta, que decía: Yo soy el Alfa y la Omega, el primero y el último, Escribe en un libro lo que ves… Y me volví para ver la voz que hablaba conmigo; y vuelto, vi siete candeleras de oro, y en medio de los siete candeleras, a uno semejante al Hijo del Hombre»…

Cristo camina en medio de los candeleras dorados. De este modo simboliza su relación con las iglesias. El Señor está en comunión con su pueblo… Aunque es el Sumo Sacerdote y Mediador en el santuario que está en las alturas, camina por en medio de las iglesias en la tierra…

Nuevamente, cuando el Espíritu Santo descansó en el profeta, éste pudo ver una puerta abierta en el cielo y oír una voz que lo invitaba a contemplar las cosas que habían de suceder pronto. Y dijo: «Y he aquí, un trono establecido en el cielo, y en el trono, uno sentado. Y el aspecto del que estaba sentado era semejante a piedra de jaspe y de cornalina». Había ángeles en derredor en actitud de espera y dispuestos a hacer la voluntad del que estaba en el trono. Juan también contempló el arco de la promesa de Dios, la señal del pacto establecido con Noé, que circuía el trono en las alturas como una promesa de la misericordia divina por cada uno de los que manifiestan su fe y su arrepentimiento. Este es un testimonio eterno para indicar que «de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna». Declara así a todo el mundo que en medio de la lucha contra el mal, Dios nunca olvidará a su pueblo (Manuscrito 100, 1893). (E. G. White).

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