Publicado por: Claudio Nuñez | sábado 6 de junio de 2020 | Publicado a las: 16:52
Escribe: Jorge Aguirre Hrepic, consultor en Inseguridad, Criminalista-Criminólogo.
Tantas veces hemos escuchado de cómo la realidad supera a la ficción, pero pocas veces hemos sido testigos presenciales o visuales, en tiempo real, de situaciones que conmueven, no solo a las personas sensibles, sino que a todas aquellas con alguna expresión de humanidad.
Desde hace tiempo, todo empezaba en los secos llanos de África, especialmente Etiopia, donde famélicos y desnutridos niños, se contorneaban sin poder sostener su propio cuerpo, ante la carencia sistemática de nutrientes y energía que genera el alimento. A lo lejos y a veces cerca, aves rapaces observando y esperando algún desenlace favorable para ellos, y actuar.
De repente aparecía una camioneta 4 x 4, de color blanco con banderas y escudos con letras color celeste, que decían United Nations, Naciones Unidas, Unicef, y luego de cualquier ONG, al efecto. Todos ellos seguidos por sendos camarógrafos, periodistas y fotógrafos con cámaras con grandes zoom, de los cuales algunos se hicieron acreedores a premios “Pulitzer” de periodismo.
Seguidamente, Nigeria, Sudan, Yemen, India, Somalia, continuaron con este mal ejemplo de hambruna, catalogándose como la “mayor crisis humanitaria, después de la 2da. Guerra Mundial”. Luego, siguió la desnutrición en Siria, La Guajira, algunos países centro americanos y otros lugares donde no llegó la BBC de Londres o CNN, para ilustrar al respecto.
Pero ¿Qué es el hambre?
Se define como la sensación que indica la necesidad de comer, reforzada con el estímulo que ejercen ciertas sustancias en el cerebro. Así de simple, obviando los aspectos fisiológicos más complejos.
No hay que perder de vista, que otros factores indican que el hambre es la consecuencia de la pobreza y desigualdad económica. Por supuesto, que hay múltiples razones para explicar cuando esta necesidad básica de alimentar a un ser vivo, se trata.
Asimismo, la historia nos ha demostrado que la humanidad ha pasado por diferentes estados de hambruna o carencia de alimentos, pero siempre han estado focalizados en épocas y zonas geográficas afectadas, no alcanzando simultáneamente a todo el planeta.
Después, la literatura y la cinematografía han hecho lo suyo a través de historias reales o ficción, pero siempre el “hambre” aparece como un eje o vector de control, de poder, de influencia, de maldad y de bondad.
Antaño, desde la mitología griega en adelante se ha estructurado en torno al hambre, una suerte de conductas individuales y grupales, que luchan por sobrevivir a cualquier costo para preservar la especie humana, para romper el tiempo de crisis y volver al estado de normalidad y tranquilidad, aspiración máxima y natural del ser humano.
En este sentido, la escritora estadounidense Suzanne Collins, escribió una novela titulada “Los Juegos del hambre”, donde la ficción prácticamente no tiene límites, basándose en un territorio sometido previamente a una crisis humanitaria del tipo apocalíptica, que se divide en trece distritos con diferentes características y -por supuesto- un sector dominante exige que los restantes distritos aporten una pareja de jóvenes adolescentes, para que se enfrenten de diversas y variadas formas, hasta que sobreviva uno. Por supuesto, que el distrito ganador recibirá los frutos de la victoria.
Esta obra tuvo todo tipo de críticas, pero aparte de la lectura fue llevada al cine, como una saga y luego a juegos de diversa naturaleza. Aunque, la dinámica principal se centra en la opresión, la pobreza extrema y el hambre generado por el fenómeno social, que es la guerra.
Al pasar el tiempo, se puede analizar que la ficción derechamente, no lo es tanto. Tal vez es la forma en cómo se materializa, ya que guardando las distancias, durante las guerras y después de ellas, el hambre es una herramienta poderosa del control social.
Popularmente, se denomina “parar la olla”, es decir, que alimentos cocinar en una olla, donde muchos puedan alimentarse, comer, nutrirse, energizarse.
Esto no siempre es el efecto de una conflagración, puede ser de una gran crisis económica o recesión, o como en este caso que vivimos en la actualidad; “una pandemia”.
Como sea, independiente de todo, al haber escases de alimentos, o el solo pensamiento de que pueda faltar, se estimula el cerebro de todos, agregados al temor, ansiedad, incertidumbre y especulación, en que no vea solución para llevar alimentos a sus hijos.
Esta necesidad natural, – por cierto-, desencadena diferentes emociones y sentimientos, alejados ya de la ficción, y los aterriza en la realidad de cada hogar, independiente del estrato social y recursos. Pero, la acentúa, en aquellos más carenciados, que dependen de otros para satisfacer sus necesidades, sea mediante el empleo, producción de bienes y servicios o trabajos esporádicos, que hoy, no se pueden realizar.
En este sentido, las medidas de mitigación, siempre deben venir de las autoridades, quienes deben anticiparse, en tiempo y forma, a cómo enfrentar las crisis, como manejarlas y aportar lineamientos efectivos para resolverlas.
Parar la olla, entonces, no es una ficción, es una realidad, aquí comienza el “juego del hambre real”, todo el mundo, hoy por hoy, es un solo distrito, todos con la incertidumbre, de qué pasa si me contagio, que comemos, cuanto comemos, de donde saldrá el dinero, que pasa si no trabajo; cuanto durara lo ahorrado, quien me ayudara, a quien ayudare, en fin una larga lista de preguntas y cuestionamientos, hasta por decisiones adoptadas previamente.
Quien trabaja la tierra, otros critican que ya no queda donde sembrar, los más critican al gobierno, los menos critican a Dios, los científicos critican la falta de empatía con la naturaleza y así una cadena larga de observaciones, respecto de lo ocurrido y especulando sobre quien lo hubiera hecho mejor.
Lo claro y cierto, es que no solo hay temas logísticos que solucionar, sino que, hay que ocuparse planificadamente de cómo se ayuda, eficaz y eficientemente a “parar la olla” de quienes realmente lo necesitan.
El tema es complejo, ya que como siempre, surge el oportunismo, los dividendos que se pretenden obtener en estos tiempos.
Para muestra un botón, aunque más vale tarde que nunca, surgió la tarea de repartir canastas familiares, – que independiente de los criticones de siempre-, son necesarias. El punto es como se ejecuta, y no solo por el listado de las trabajadoras sociales conforme a criterios técnicos deducidas de fichas sociales muy, pero muy bien elaboradas, si no que se juega con la necesidad de las personas rayando en la imprudencia de vulnerar la dignidad que tanto dicen defender, al llegar a repartir una canasta familiar a una persona, nueve autoridades mas todos los camarógrafos y periodistas que se imaginan, para inmortalizar tamaña ayuda. Dejando la impresión, que no es un acto de cooperación desinteresada, sino que, es algo endosable para más adelante.
No hay que ser ilusos, en Estados Unidos, país muy golpeado por el Covid19, también están ayudando con mercadería, pero ninguna autoridad se pavonea, es entregada por jóvenes voluntarios y empleados municipales, así de simple.
En otros países, existen otras metodologías de entrega de ayuda, ya que en todos hay que parar la olla, esta sensación de hambre, hoy no es escalonada ni sectorizada, golpea todos, casi por igual.
El elemento adicional y anti natura, -para estos tiempos-, es la implacable actividad política de un sector, que también a nivel global, quiere desestabilizar todo, quiere aprovechar la debilidad de los regímenes para implantar la carencia de normas que es la anomia, quieren y necesitan del caos y la anarquía, ese alimento que precisamente no llega a sus propias “ollas ideológicas”.
En este mismo medio, en noviembre de 2019, planteamos en parte lo que seguía para USA y Brasil, en relación a los movimientos sociales, a la insurrección, pónganle el nombre que quieran, pero el fondo, es el mismo, subvertir todo, aprovechando cualquier situación, eso ha ocurrido y seguirá pasando, pero el resultado será disímil, ya que la forma de vida, en otras latitudes se defiende de otra forma. No con reformas antojadizas, menos donde hay criterios de estado y políticas publicas estables en el tiempo, más allá del color político.
Pese a todo, ha quedado en evidencia, que a través de la manipulación, el fin último de algunos, es querer cambiar las reglas del juego del hambre para que cada día cueste más parar la olla.