Publicado por: Claudio Nuñez | domingo 19 de septiembre de 2021 | Publicado a las: 11:08
“…independiente de los hitos históricos emancipatorios de occidente, las mujeres se encuentran definidas y atrapadas por una invariable cotidianeidad, que nos restringe y coacta en el sentido más amplio del término”.
Escribe: Carolina Valderas Palma, Mg. Familia y Sociedad, dDocente Carrera de Psicología, Universidad Autónoma de Chile- Sede Temuco.
Antes, después y más allá de la modernidad y el progreso las mujeres hemos sido relegadas a lo doméstico, al cuidado, en definitiva, a la invisibilidad. El mundo sin conocimiento, desprovisto de propósito público ha sido reservado como marca obligatoria y condenatoria de lo femenino. Por tanto, independiente de los hitos históricos emancipatorios de occidente, las mujeres se encuentran definidas y atrapadas por una invariable cotidianeidad, que nos restringe y coacta en el sentido más amplio del término. Este sello no depende necesariamente de una determinada religión o cultura, se deriva de una lamentable e histórica transversal misoginia.
Orientales y occidentales encuentran una dramática y preocupante convergencia. Lo que ocurre actualmente en Afganistán, se expresa desde el comienzo del 2021, donde las muertes de civiles han aumentado en casi un 50 % con más mujeres, niñas y niños muertos y heridos que en los primeros seis meses de cualquier año desde que comenzaron los registros en 2009 (ONU, 2021).
Sin duda, lo que despliegan los talibanes como identidad pública y totalizante difiere ciertamente en intensidad y crueldad respecto a lo que se vive actualmente en Latinoamérica y en nuestro país. Por tanto, mujeres y hombres demócratas nos apuraremos en juzgar tajante y negativamente los hechos de violencia que afectan a miles de mujeres y niñas afganas, nos uniremos desde una realidad distinta y distante.
Ahora bien, si nos acercamos a nuestra idiosincrasia, a nuestra vida de todos los días, pasamos por alto matices que el feminismo, y su interna diversidad, nunca han ocultado. No podemos esconder y dejar de asumir la transversalidad y familiaridad del daño que significa convertir a las mujeres en seres, cuya humanidad e individualidad es devaluada a costa de un mundo de hombres. De hecho, en Chile del total de personas que se encuentran inactivas por tener que realizar quehaceres en el hogar, un 96,6 % son mujeres y sólo un 3,4 % hombres (Fundación Sol, 2020). Sumemos los 22 femicidios en el país durante el presente año (Sernameg, 2021), saquemos conclusiones.
La interpelación es clara… conectar hoy con un mundo democrático e igualitario, significa conectar con un mundo en el que cabe lo personal, lo social, lo cultural y lo religioso como ingredientes de una vida digna, libre y plena. Lo contrario, es aliciente para seguir consolidando lo que destruye a las mujeres y por extensión a nuestra sociedad. Afganistán no parece estar tan lejos, se acerca cuando nos inclinamos a mirar nuestra vida íntima, cultural, laboral, social y política, la cual no ha dejado de habitar en realidades patriarcales y normalizantes.