Publicado por: Claudio Nuñez | domingo 25 de septiembre de 2022 | Publicado a las: 10:06
Escribe: Jessica Castillo, Académica Carrera de Educación Parvularia, Universidad de Las Américas
Comúnmente el juego es definido como una actividad con fines recreativos, que incluye participantes que deben seguir ciertas reglas y donde se despliegan diferentes capacidades y destrezas. Está estrechamente unido al placer y a la evolución de cada persona, siendo una predisposición natural dentro de la condición humana, de tal manera que desde etapas iniciales hasta avanzadas nunca deja de parecer atractivo, adaptándose a nuestras necesidades e intereses.
En la infancia, el juego es vital e irremplazable debido a que es un vehículo que posibilita el desarrollo integral de niños y niñas. Su práctica libre o direccionada, es una herramienta eficaz que debe ser considerada activamente para permear el ámbito educativo en la propuesta de instancias de enseñanza-aprendizaje.
Al respecto, muchos autores coinciden en el gran número de aspectos positivos que derivan de él, entre ellos, el que se trate de una metodología para aprender, descubrir, pensar, desarrollar la inteligencia, motricidad fina y gruesa, adquirir valores y convivir con los demás. Así como, también una herramienta que permite adaptarse y aceptar desafíos, manifestar alegría, apropiarse de espacios y objetos de forma literal o simbólica, conocer y regular la frustración, entre muchos otros beneficios.
En este sentido, la práctica del arte en si misma es una acción placentera que posee ciertas regulaciones, pero que, además, cuenta con la flexibilidad para ajustarse a la estructura del juego, provocando aprendizajes. De esta manera, por ejemplo, un pequeño cuento relatado por un educador puede ser un punto de partida para representar dramática o visualmente a sus personajes, construir imágenes y espacios presentes en la narración o interpretar los sonidos del relato, porque el juego desde la educación artística es representación del mundo y comunicación.
Pensar el juego en contextos de aprendizaje, en consecuencia, es evidenciar y valorar la relación entre el niño, sus pares y el docente que facilita el conocimiento a partir de objetos y situaciones lúdicas. En este aspecto, deben tenerse en cuenta espacios, materiales y situaciones capaces de provocar una dinámica en la que todos los participantes puedan jugar, seguir reglas comunes y relacionarse entre sí.