Publicado por: Claudio Nuñez | domingo 12 de junio de 2022 | Publicado a las: 12:36
Escribe: Jorge Aguirre Hrepic, Profesor de Estado, Consultor en Inseguridad, Criminalista-Criminólogo
Desde tiempos inmemoriales en las relaciones humanas ha primado la confianza y la creencia entre las personas, quienes, con altos y bajos parámetros en sus relaciones, en base a buenas o malas experiencias, en el peor de los casos, expresan popularmente, lo ultimo que se pierde es la fe y la esperanza.
En un primer enfoque entonces hay que definir qué se entiende etimológicamente por “Fe”. En este sentido, Fe, para la real academia de la lengua española se define como un conjunto de creencias de una persona, un grupo o de una multitud de individuos.
En la segunda derivada, la fe pública, se trata de un atributo originario del estado que funciona como la garantía de seguridad jurídica.
Entonces, hay que tener en cuenta que la fe pública es un concepto muy amplio, que posee una tipología diversa y de gran extensión.
Para ello, se comienza considerando que la fe pública es un término usado en las ciencias jurídicas y sociales, es decir desde la perspectiva legal, en el ámbito de todo tipo de transacciones e intercambios, donde surgen varias fórmulas de garantías, certezas e intenciones que permiten mantener en el tiempo, los acuerdos previos de las personas, instituciones y estados.
Saliendo del ámbito estrictamente jurídico, se aterriza forzosamente en el espectro social y político, donde la fe pública, rápidamente se transforma en una víctima ideal y en potencia, ya que todos los días se suceden cuestionamientos, reproches, denuncias y demandas del incumplimiento de los parámetros civilizados acordados con antelación.
Conforme a lo anterior, la fe publica sube y baja como si fuera una cuncuna sobre los rieles del reconocido juego de entretención “montaña rusa”, donde suben mediante la fuerza de un motor y bajan por los efectos de la gravedad, y así ocurre durante todo el circuito establecido y fijado, sin que se pueda alterar, salvo que hubiera un accidente.
Es aquí, donde independiente de los naturales accidentes, pueden existir eventos intencionales para que se produzcan, se manifiesten, se oculten o se visualicen parcialmente generando suspicacias e incredulidades. Todo esto daña o lesiona la fe pública.
De ahí que, cuando se pierde la fe pública, cuesta mucho que se recupere, como si fuera un costoso jarrón que se quiebra y aunque se le ponga pegamento, ya no es el mismo.
Para otros, opera el dicho “ni perdón ni olvido” y otros señalan “perdono, pero no olvido”, los mas “carecen de memoria” y una gran mayoría “no sabe, no quiere o no puede”. Así de sencillo.
Dicho esto, la pregunta que surge es ¿quien o quienes son los que han destruido, deconstruido, destrozado o desmembrado la fe pública?
Puede haber muchos responsables, sin embargo, lo que más afecta es cuando los llamados a mantenerla son los primeros en violarla e incrementar los niveles de alteración de este estado ideal tan necesario para la sana convivencia social.
Por eso la principal agravante es cuando quienes detentan el poder quebrantan las normas de la credibilidad, la confianza y la verdad.
En este sentido, los mejores exponentes son los grupos políticos, que funcionan de forma disímil ante los mismos hechos, cuando están en el equipo oficialista (gobierno) o cuando están en el equipo denominado oposición (contrarios al poder de turno)
Es paradójico, pero cuando los opositores promueven desórdenes públicos criticando todo y luego cuando son gobierno piden que no haya desordenes e imploran que no haya aprovechamiento político de determinados hechos.
En este mismo orden de ideas, cuando la oposición no vota determinada ley en el congreso y pierden cientos de horas discutiendo sin llegar a acuerdos, en el minuto que son gobierno, quieren aprobar lo que ayer rechazaron y así comienza el juego popular denominado, negar la sal y el agua. De antigua data en la política chilena.
Continuando con los ejemplos quienes ayer efectuaron una importación clandestina de armas a chile, que aún están guardadas por ahí, hoy quieren que los que importaron armas de forma legal, las entreguen.
Para seguir, quienes hablan hoy de incrementar normas restrictivas de seguridad, orden público, entre otras. Hace pocos meses rechazaron tales medidas y algunos se abstuvieron. En el nombre del poder absoluto.
Los ejemplos son tantos, que ya no vale la pena seguir enumerándolos, principalmente porque ya nada nos sorprende y la guinda de la torta, coronó esta semana en la cámara de diputados cuando quienes ayer hablaban de democracia y derechos humanos a los cuatro vientos, hoy se niegan a sumar y estrechar filas con el rechazo al terrorismo, que tiene tan afectada la convivencia en la macro zona sur.
Estos son los mismos, con contactos irrefutables con las FARC (Fuerzas armadas revolucionarias de Colombia), que ahora no quieren rechazar la violencia como método legítimo de acción política.
Lo señalado, siendo grave, no permite recuperar la fe pública, que camina de vendetta en vendetta, con intereses mezquinos y lejos del norte positivo que se requiere para superar las verdaderas heridas del pasado.
Por eso, la rentabilidad política está centrada en la post verdad, en la doble interpretación comunicacional, en la falsedad de datos y mentiras.
La muestra mas latente, de perdida de la fe pública últimamente, obedece a la orden de compra Nro. 851556-2-SE22, girada por la subsecretaria del Ministerio de Hacienda de Chile a Consultores asociados Marketing CADEM por la suma de $141.195.840 (CLP), relacionada con realizar un “servicio de medición de satisfacción de servicios públicos”, es decir una simple encuesta y como obra de magia, sube la aprobación del actual presidente de la república.
Curiosamente, lo mismo se realizó en el gobierno recién pasado. Por lo tanto, el asesinato de la fe publica lo cometen sicarios profesionales transversales.
Para seguir, el viaje presidencial que no vino a La Araucanía, -donde es altamente necesario-, enfiló hacia el norte de América, en donde han querido escuchar, se habla de una fe publica internacional, generando la ilusión de un escenario fértil para invertir recursos económicos en Chile.
¿Cómo se puede catalogar esto?
¿Cuáles son la reales garantía de respetar los acuerdos?
Están preguntas deben responderlas quienes detentan el poder y los que los sucederán, manteniendo el perfil estratégico de Chile, en la medida de lo posible. No queda otra.
En lo regional, pero de connotación nacional, recientemente se puede señalar el lamentable fallecimiento del seremi de agricultura Gustavo Quilaqueo, el que generó suspicacias y rápidamente algunos empezaron a esbozar desagradables pero naturales conjeturas sobre su muerte, aduciendo que había participación de terceros, lo que fue descartado por la Brigada de Homicidios de la PDI, quienes establecieron que la muerte se debió a asfixia por sumersión en un estero en la comuna de Teodoro Schmidt.
¿Qué genera tanta desconfianza?
Precisamente la perdida de la fe pública, donde mucha gente cree que todo es un montaje o una invención o falta de transparencia, donde la duda lo puede todo.
Por lo tanto, cuando surge la politología, pasamos de la fe pública a la opinión pública, que es el escenario teatral donde confluyen las fuerzas políticas y el soberano real (pueblo y ciudadanía), quienes parecen haber roto el contrato social y estar sometidos a la improvisación mediática del día a día. Sin camino definido.
En lo práctico, ya no hay preocupación certera por lo tradicional que fue la economía familiar, la alimentación, salud, educación, seguridad y trabajo. Por el contrario, la mayoría anda preocupada de que pasara con los convencionales, de los memes y chascarros presidenciales y ministeriales, de si se aprueba o rechaza sin saber de qué. Las mentiras fluyen todos los días que repetidas cien veces se transforman en verdades.
Cada día mas personas, ayer referentes políticos y lideres de un cuanto hay, graban un video que luego suben a las redes sociales manifestando un mea culpa donde dicen haber sido engañados y hoy van por el rechazo, generando reacciones de todo tipo, lo que incrementa la incredulidad popular.
Otros se dedican a viralizarlos y a potenciar posiciones conforme a sus particulares visiones, pero en definitiva quien se preocupa del país. Nadie.
Por ello, seguirán los atentados, no habrá dialogo alguno, crecerán el terrorismo y a sus anchas, continuarán las indemnizaciones económicas por temas políticos del pasado, una que otra querella contra el estado, mas victimas urbanas y victimas rurales.
En tanto que la fe pública, seguirá extraviada y sin denuncia de presunta desgracia.