Publicado por: Claudio Nuñez | lunes 16 de marzo de 2020 | Publicado a las: 09:22
“Pero en el caso chileno la situación alcanzó ribetes impactantes, ya que es uno de los pocos países que ha mantenido por largo tiempo tasas positivas de crecimiento económico pero nunca se alcanzó el paraíso prometido. Por el contrario, tuvo lugar un estallido social que dejó en evidencia unas tensiones y contradicciones sociales y políticas que se arrastraban por años. El país que era exhibido como modelo de crecimiento económico se convirtió de un día al otro en lo opuesto, el modelo de la insuficiencia del crecimiento económico”.
Por Eduardo Gudynas, uruguayo, analista en el Centro Latino Americano de Ecología Social (CLAES) e investigador asociado en el Observatorio Latino Americano de Conflictos Ambientales (OLCA). (Fuente: eldesconcierto.cl)
El caso chileno es uno de los pocos países que ha mantenido por largo tiempo tasas positivas de crecimiento económico pero nunca se alcanzó el paraíso prometido. Por el contrario, tuvo lugar un estallido social que dejó en evidencia unas tensiones y contradicciones sociales y políticas que se arrastraban por años. El país que era exhibido como modelo de crecimiento económico se convirtió de un día al otro en lo opuesto, el modelo de la insuficiencia del crecimiento económico.
Días atrás el presidente Piñera afirmó: “Yo sé que algunos creen que el crecimiento económico no es un elemento central, yo quiero discrepar”. A su juicio es indispensable para financiar un aumento del gasto social, y sólo consiguiéndolo se podrá responder al estallido social. La idea es muy clara: “Como muchas veces lo hemos dicho, y a veces se olvida, el crecimiento económico es algo fundamental para la calidad de vida de los chilenos”, según agregó en el marco de la promulgación de una reforma tributaria.
La racionalidad detrás de ello es que el crecimiento económico es la esencia, o al menos el motor del desarrollo, y que una vez que una economía crece se derraman otros beneficios, tales como asegurar el empleo, acceso a la salud y la educación, o el consumo. Dicho de otro modo, el bienestar sólo es posible allí donde crece la economía.
Esta es una concepción muy repetida en América Latina desde inicios del siglo XX. Casi nadie la pone en duda, y los debates están en cómo crecer, y en cómo distribuir los posibles beneficios. Esa fidelidad al crecimiento de Piñera se repite en todos los regímenes políticos, incluidos aquellos que están en un extremo opuesto, como el socialismo del siglo XXI. La adhesión al crecimiento es pegajosa.
Pero en el caso chileno la situación alcanzó ribetes impactantes, ya que es uno de los pocos países que ha mantenido por largo tiempo tasas positivas de crecimiento económico pero nunca se alcanzó el paraíso prometido. Por el contrario, tuvo lugar un estallido social que dejó en evidencia unas tensiones y contradicciones sociales y políticas que se arrastraban por años. El país que era exhibido como modelo de crecimiento económico se convirtió de un día al otro en lo opuesto, el modelo de la insuficiencia del crecimiento económico.
Sin embargo, aún en plena crisis, el presidente vuelve a apostar al crecimiento económico como medicina. Es como si no pudiera asimilar o comprender lo que está sucediendo. Es que la crisis deja al desnudo que el crecimiento económico como posible, continuado e indispensable para el bienestar, es apenas un mito.
Esta creencia tiene una larga historia, que se remonta incluso a Adam Smith, pero que en sus formulaciones más conocidas ya tiene por lo menos un siglo por detrás. Los manuales clásicos de economía están repletos de esos dichos; un claro ejemplo es el texto de W.A. Lewis de 1955 que en inglés era la “teoría del crecimiento económico” y en castellano fue presentado como “teoría del desarrollo económico”. La meta de los gobiernos era crecer, y el crecimiento se mide sobre todo por el PBI. La obsesión era tal que había gobernantes que pedían “sacrificios” para retomar el sendero del crecimiento.
A pesar de toda la evidencia que muestra la fragilidad de ese razonamiento mecanicista, se ha mantenido la fe en el crecimiento de la economía. Eso es lo que transmite esos reciente discursos del presidente Piñera. Lo que no se entiende es que ese crecimiento bajo la actual organización de la economía, siempre será desigual. Unos pocos cosecharán más beneficios, unos cuantos se mantendrán más o menos igual, y amplios grupos pueden incluso empeorar. Tampoco entiende que ese crecimiento requiere una continuada extracción de recursos naturales y una sumatoria de impactos ambientales y sociales, que sin duda tienen costos económicos pero que nadie contabiliza ni resta en las cuentas nacionales. Esa distorsión en la contabilidad es la que explica que para la economía convencional muchas de las actividades que alimentan el crecimiento, como los extractivismos, tengan saldos positivos.
El apego al crecimiento es tan pegajoso que se repite en múltiples ámbitos. En ese sentido, es revelador repasar la muy reciente respuesta crítica de CEPAL a mi anterior columna, en la que comentaba sobre la confesión de ese organismo del fracaso de todas las estrategias de desarrollo. En su reacción de defensa del desarrollo, ese texto de CEPAL destaca con toda sinceridad que su “visión estratégica” reúne “tres premisas básicas, a saber: crecer para igualar, igualar para crecer, y crecer e igualar con sostenibilidad ambiental”.
Las posiciones son cristalinas: el crecimiento económico es un ingrediente esencial en los modos de concebir el desarrollo. Parece ser que es impensable, e incluso inimaginable, una estrategia que no dependa del crecimiento de la economía. Incluso aquellos estudios que advertían sobre el llamado vínculo intermitente entre el progreso político y el crecimiento, quedaron en el olvido. Del mismo modo se desconoce la enorme cantidad de evidencias que muestran que el crecimiento perpetuo no sólo es imposible, sino que genera impactos sociales y ambientales tan severos que ya ponen en riesgo la vida en todo el planeta. No habrá un futuro viable si persiste la obsesión con el crecimiento económico.
De ese modo, la discusión se centra en cuánto crecimiento es necesario, cómo lograrlo, cómo distribuir sus beneficios, y así sucesivamente. De ese modo, los problemas no están en las condiciones sociales o en la arena política sino en que el país no creció lo suficiente o ese crecimiento fue desbalanceado, como se ha dicho en Chile. Otras voces, que cuestionan los modos de hacer política, de todos modos razonan apegadas al mismo mito, y entonces sus alternativas aluden a crecimientos que serían virtuosos, por ejemplo asegurando la equidad (como se dice en la propuesta de recuperación del crecimiento planteado por figuras de la DC como respuesta a la crisis).
Pero casi nadie aborda la cuestión de fondo: ¿las alternativas necesarias deben depender necesariamente del crecimiento económico? ¿es iluso pensar opciones de cambio más allá del crecimiento? Es más, tampoco se debate si esa obsesión con el crecimiento no sería una de las causas del estallido social.
Si estas interrogantes son válidas, sería más que útil comenzar a pensar el papel que ha jugado el mito del crecimiento en generar la crisis chilena. Ha sido una exigencia que ha estado detrás de decisiones económicas pero también en el comportamiento político. Es un tema esencial, ya que cualquier alternativa de cambio, que realmente asegure el bienestar, requiere comenzar a imaginar lo impensable: despegarse de la obsesión con el crecimiento.
uruguayo, analista en el Centro Latino Americano de Ecología Social (CLAES) e investigador asociado en el Observatorio Latino Americano de Conflictos Ambientales (OLCA). (Fuente: eldesconcierto.cl).