Publicado por: Claudio Nuñez | sábado 19 de diciembre de 2020 | Publicado a las: 00:00
Entonces envié mensajeros para decirles: »Estoy ocupado en una gran obra y no puedo ir; porque cesaría la obra si yo la abandonara para ir a vosotros» Nehemías 6:3.
El trabajo de reconstrucción de los muros de la ciudad avanzaba con pasos firmes, a pesar de las conspiraciones del enemigo y de las dificultades propias de toda empresa. Nada que tenga algún valor en la vida es gratis. Todo tiene su precio, y la victoria es de los que no tienen miedo de «pagar el precio», lo que a veces significa horas de sueño, sudor, lágrimas y renuncia. Hasta la salvación, que para nosotros es gratuita, tuvo un precio muy alto que fue pagado por Jesús en la cruz del Calvario.
Reconstruir una ciudad casi en ruinas no fue tarea fácil para Nehemías. Cuando los enemigos supieron que el muro ya estaba listo y que no había en él brecha alguna, Sanbalat y Gesem trataron de distraer la atención del líder, pero recibieron la respuesta que debe tener lista todo el que sueña con construir algo en la vida: «Estoy ocupado en una gran obra y no puedo ir».
Era la víspera de Navidad. Mi madre estaba preparando una deliciosa torta de frutas que formaría parte de la cena, muy sencilla, pero muy llena de amor. Por algún motivo que no recuerdo, mamá tuvo que salir y dejó la torta en el horno. Antes de salir, me llamó y me recomendó muchas veces que debía apagar el horno a una determinada hora. «Hijo, por favor, todo lo que tienes que hacer es mirar el reloj. No te distraigas con nada. Es nuestra torta de Navidad».
Todo salía bien. Sentado en la cocina, quedé atento mirando al reloj. Todavía faltaban 20 minutos. El problema comenzó cuando mis amigos me llamaron para jugar a la pelota. Les dije que no iría, que estaba ocupado, pero ellos insistieron y, a partir de ese momento, con un ojo comencé a mirar el reloj y con el otro a la pelota en el patio. Si mi equipo hubiese estado ganando quizá no se habría complicado la situación, pero, inoportunamente, mi equipo comenzó a perder. Entonces miré hacia el reloj: como todavía faltaban 10 minutos, podía bajar y hacer por lo menos un gol. Esa fue mi tragedia. Me entusiasmé tanto con el juego que olvidé la torta y arruiné la fiesta de Navidad.
Ya pasé muchas noches de Navidad en la vida. Algunas tristes, la mayoría de ellas felices, pero nunca me olvidaré de aquélla. Ni la alegría de los juguetes dados con amor sacó de mi pecho el sabor amargo de haber quemado la torta de frutas.
Yo estaba haciendo una gran obra, pero infelizmente bajé al patio. Gracias a Dios, aprendí la lección. ¿Entiendes el mensaje? (Pr. Alejandro Bullón).