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Reflexiones cristianas: La economía del afecto

Publicado por: Claudio Nuñez | domingo 26 de abril de 2020 | Publicado a las: 12:04

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“Sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan.” Mateo 6:20.

 

No todas las culturas tienen un sentido de economía que promueva el ahorro hoy para poder sobrevivir mañana. Los pueblos no sujetos a fluctuaciones estacionales no tenían la costumbre de ahorrar para poder sobrevivir. Esta costumbre de tomar y usar de la naturaleza solo lo que se necesita en el momento ha dado lugar a lo que se conoce como la economía del afecto. Las gentes respetan la naturaleza y no acaparan lo que a otros les pueda servir.

La economía del afecto propone y acepta que toda la sociedad es interdependiente, y nos obliga, por ello, a pensar siempre en las necesidades de los demás, trátese de seres queridos, vecinos, amigos o cualquiera que pueda tener influencia sobre uno.

Las palabras de Cristo se refieren a quienes han desarrollado la práctica egoísta de tomar y retener solamente para sí sin preocuparse de los demás. Con estas palabras, Jesús nos llama la atención a tantas cosas de la vida que tienen que ver con la forma en que nos relacionamos con los demás.

– El don del perdón Dios nos lo da gratuitamente de forma tan abundante que debemos asegurarnos de darlo a los demás de la misma manera.

– Se debe recordar que todo lo que somos y poseemos proviene de Dios, y el hacer alarde de nuestra bondad para humillar a otros, no es la mejor manera de usar los dones del cielo.

– Nuestro servicio a Dios no debe ser razón de desánimo para otros. “Pero tú, cuando ayunes, unge tu cabeza y lava tu rostro, para mostrar a los hombres que ayunas, sino a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público” (Mat. 6:17, 18).

Acumular tesoros en el cielo no es simplemente abrir una cuenta bancaria en el cielo; es vivir de tal manera aquí que todo lo nuestro agrade al Señor, especialmente en nuestro trato con los demás. Es ser un embajador de Cristo y dejar brillar nuestra luz ante los hombres.

“Viviendo una vida de consagración y abnegación al hacer el bien a otros, podríais haber añadido estrellas y gemas a la corona que llevaréis en el cielo y habríais acumulado tesoros eternos, inmarcesibles” (Ms 69, 1912). (Pr. Israel Leito).

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