Publicado por: Claudio Nuñez | domingo 6 de diciembre de 2020 | Publicado a las: 10:25
“… tal como Jean Labadie sacrificó a su perro y se terminaron las quejas de los vecinos, ¿debiéramos desmantelar este supuesto hiperpresidencialismo para mejorar la política nacional y terminar con la crisis? Por supuesto que no”.
Escribe: Christopher Martínez Nourdin, PhD en Ciencia Política, Profesor Asociado Universidad Católica de Temuco.
Pensando sobre cuánto hay de verdad e imaginación sobre la existencia de un supuesto hiperpresidencialismo en Chile, recordé una historia popular canadiense. Para evitar que continuara el robo de sus gallinas, el granjero Jean Labadie inventó que había adquirido un perro negro, salvaje y con una notoria lengua roja. Si bien el robo se detuvo, los habitantes de la aldea comenzaron a pedirle que mantuviera amarrado al animal pues había atacado a un vecino e incluso perseguido a unos niños. Frente a ello y luego de que uno de sus vecinos lo encarara en la entrada de su granja, Jean Labadie va al patio, hace unos disparos y dice que sacrificó al perro. Con ello, finalmente logró poner fin a los reclamos de sus vecinos.
En Chile, tenemos una noción parecida a la del perro de Jean Labadie: el hiperpresidencialismo. Esta idea sugiere que el presidente concentraría enorme poder y, por tanto, dominaría el sistema político. Sin embargo, pocos dudan de las importantes barreras que han encontrado los presidentes post Pinochet para cumplir sus programas. Si el hiperpresidencialismo fuera real, Ricardo Lagos no hubiese reformado la Constitución en 2005, la habría reemplazado; Michelle Bachelet II hubiera podido aprobar sus reformas––laboral, educacional, tributaria y constitucional––sin todos los obstáculos que debió enfrentar; y Sebastián Piñera II no estaría constantemente preocupado de si logrará llegar al final de su periodo o no.
En este sentido, la idea de un hiperpresidencialismo en el cual el presidente domina el sistema político se puede asemejar al perro de Jean Labadie: tiene sustento en un imaginario más que en la realidad política chilena. Así como al perro de Jean Labadie se le acusó de causar muchos problemas, al hiperpresidencialismo se le culpa––sin fundamento––de varias de las dificultades que sufre el país: que genera trabas y bloqueos, que el Congreso no tiene peso alguno en la política nacional porque el presidente hace y deshace a voluntad, que la crisis de los partidos se debe también al exceso de poder del ejecutivo, e incluso que una forma de solucionar la crisis actual sería reemplazar el sistema presidencial por un semipresidencialismo o parlamentarismo.
Entonces, tal como Jean Labadie sacrificó a su perro y se terminaron las quejas de los vecinos, ¿debiéramos desmantelar este supuesto hiperpresidencialismo para mejorar la política nacional y terminar con la crisis? Por supuesto que no.
Mientras las complicaciones asociadas al perro de Jean Labadie eran ficticias, los problemas asignados al supuesto hiperpresidencialismo chileno son reales y profundos. Solucionar la crisis social que vive el país, mejorar las pensiones, las desigualdades, y el debilitamiento de los partidos no pasa por el supuesto hiperpresidencialismo concentrador de poder en manos del presidente. ¿No vaya a ser que, al igual que Jean Labadie, terminemos sepultando algo que nunca existió, y, al hacerlo, pretender que los problemas que nos asedian desaparecerán eventualmente? Peor aún, enfocarnos tanto en terminar con el supuesto hiperpresidencialismo nos puede distraer de corregir concentraciones reales, tales como la político-administrativa (Santiago vs. las regiones) o, la madre de todas las concentraciones, la económica (riqueza e ingreso).