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Opinión: El precio de la vida

Publicado por: Claudio Nuñez | domingo 22 de noviembre de 2020 | Publicado a las: 21:58

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“El caso más patético, se refleja en los graves desórdenes y alteraciones al orden público, en los atentados a la propiedad pública y privada copando espacios de toda índole y a cualquier hora del día y por supuesto, el total desprecio por  la vida humana de terceros, sin importar las consecuencias de ninguna especie”.

Escribe: Jorge A. Aguirre Hrepic, Profesor de Estado, Consultor en Inseguridad, Criminalista-Criminólogo.

Desde mucho antes que se inventara el dinero, los seres humanos desearon tener cosas, viviendas, elementos, comidas,-dejando el machismo de lado- las mujeres de otros y en la actualidad, porque no decirlo, el hombre de otras.

La cosificación de todo ha sido a través del tiempo, la motivación elemental, como estímulo de ambición justificada, para cambiar de posición socio-económica, adquirir privilegios y estatus, mejorar imagen, vender patente de inteligente, comprar reconocimiento y generar capacidad para cumplir un aura de competencia, que puede ser abstracta o real, dependiendo de contactos, afinidades o clubes de aristocracia.

La vida como bien jurídico, se supone que es la más importante, pero su valor va a depender de los tiempos y latitudes, donde se desarrolla la existencia terrenal.

Los valores y virtudes filosóficas son parte de la esencia, más allá de la teoría pero poco importan  a la hora de sobrevivir en la vorágine diaria que nos imponen, en tanto y en cuanto, se nos permita conforme a modelos políticos, expresarnos  de una forma más práctica, más real y en definitiva, más mercantil, y de acuerdo a los propios intereses de las personas.

Es aquí, donde surge un concepto manejado por todos, pero entendido por pocos, que el del “Precio”, definido como la “cantidad de dinero que permite la adquisición o uso de un bien o servicio”.

También, precio, es el “perjuicio, esfuerzo o sacrificio que es necesario para conseguir una cosa”,   entendido como la afectación más allá de las decisiones propias que se  adoptan en la sociedad, como el eufemismo del “precio de la fama”, “el precio de la innovación y del cambio”, en fin el costo que se debe pagar por realizar algo.

Surge una pregunta lógica, existen actos en la vida, por los cuales no haya algún tipo de precio que pagar.

La respuesta más lógica y popular, es que nada es gratis en la vida.

Sin embargo, en honor a la verdad, ahora hay actos en la vida que son prácticamente gratis o sin costo alguno para quienes ejecutan acciones, que ayer eran de altísimo arancel.

Derechamente, delinquir en determinados delitos y conforme a ciertas modalidades hoy es gratis, en función de la nueva moral, asumida por el ente estatal, con criterio sub-estándar, conforme a la cultura de la justificación de todo, donde la omisión de la autoridad en forma flagrante, permite la inconducta individual y colectiva de aquellos que enarbolando las banderas de una inteligible dignidad, demandan diversas concesiones, sin aportar valor a la producción ni de bienes, ni de servicios, por el contrario, requieren su deconstrucción.

El caso más patético, se refleja en los graves desórdenes y alteraciones al orden público, en los atentados a la propiedad pública y privada copando espacios de toda índole y a cualquier hora del día y por supuesto, el total desprecio por  la vida humana de terceros, sin importar las consecuencias de ninguna especie.

Da la impresión que el fin que justifica los medios, es parte del coro de una canción, desafinada pero que se entona, porque la moda así lo indica, hasta que algún día pierda su vigencia cuando ya sea demasiado tarde.

Recientemente, un grupo numeroso de delincuentes de múltiple especie, procedieron, a vista y paciencia, de quienes los quisieran observar, a ejecutar actos vandálicos e instalaron un verdadero polígono de tiro, en la ruta 5 sur, disparando a blancos móviles y fijos, humanos y vehículos, sin que nadie les pidiera, la guía de traslado de armas, sus respectivas inscripciones y credenciales de deportistas o cazadores, por último.

A los delincuentes se les omite del control y a los ciudadanos de bien, se les hostiga con el control social de todo.

Dicho esto, los proyectiles balísticos, cual fuegos artificiales, surcaron los aires en búsqueda de alguna víctima que felizmente no encontraron, ese día.

Al fuego le fue mejor y se alimentó de camiones y camionetas. 

Las imágenes viralizadas y morbosamente observadas, muestran a hordas, que sin honor, sonrojan hasta las huestes de Genquis Khan y de Atila, en su conjunto.

Lo que nadie entiende, tal vez por desconocimiento de detalles, o multiplicidad de intereses invisibles, es por qué individuos encapuchados movilizados en varios vehículos sustraídos con anterioridad, en pleno estado de excepción constitucional, con restricciones por pandemia, hacen lo que quieren y nadie los neutraliza, existiendo los medios coercitivos idóneos para hacerlo.

Terroristas, ladrones, usurpadores y narcos, coinciden en horario y esmero, para actuar a sus anchas y no les pasa nada, no sufren ninguna consecuencia por sus actos desviados, craso error, que otros tienen que asumir el precio.

Cuando no hay consecuencias punitivas, es barato robar, matar y dañar, lo que sea, total, hay una autorización tácita, para el infractor de cualquier norma que asume, que posee licencia para delinquir, ya que la debilitada sociedad acepta la conducta desviada, aunque en la realidad no sea así.

Lo que pasa en determinada parte de La Araucanía y otras ciudades, es un símil, con lo que ocurre en un añoso circo donde un sujeto empieza robando las palomitas, luego el maní, el algodón, no paga la entrada del espectáculo y a poco andar, se lleva al elefante del circo y el señor Corales no le ha puesto precio ni interés y solo se limita a llorar.

La sociedad organizada como Estado de esta República llamada Chile, cual circo, tiene su propio señor Corales acompañado por un grupo de payasos que no hacen reír a nadie. Por el contrario, con cara de llanto que asustan a los propios niños de la matiné, y demás funciones, permitiendo que el espectáculo continúe, pero a media máquina, con malabaristas y trapecistas, con una variedad de números artísticos de bajo rendimiento técnico pero de mucha entretención básica. Total, el domador de fieras selváticas, como leones y tigres, fue desvinculado del gabinete circense y el  número artístico fuerte ya no existe, aunque nadie le importe, ya que pronto deberán desarmar la carpa y tomar sus carros vistosos, para concurrir a otras latitudes, incluso más rentables.

La ciudad en tanto, debe esperar otra temporada, para que en algún sitio eriazo se instale un nuevo circo con otro señor Corales, ya que la función debe continuar y ojala el precio sea menor o gratis.

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