Publicado por: Claudio Nuñez | domingo 23 de enero de 2022 | Publicado a las: 09:59
“¿Cómo hacer? ¿Cómo hacer para construir, edificar, aportar al desarrollo de nuestro entorno humano y material? Dialogar, dialogar, conversar, conversar, hasta el cansancio, hasta la amanecida”.
Escribe: Raúl Caamaño Matamala, profesor, Universidad Católica de Temuco.
Es propio de nuestra condición humana señalar, identificar nuestra individualidad desde nuestra corporeidad, nuestro ser. Así, en primera persona singular nos identificamos como “yo” y, en tal caso, somos hablantes, escritores o actores. No obstante, desde la otra vereda, nos conocen o reconocen como segunda persona singular, y nos llaman “tú” o “usted”.
Toda acción, todo cometido es generado desde esa individualidad y así está sujeto al juzgamiento del otro, de aquel que completa todo acto comunicativo. Es necesario dos, mínimo dos, para establecer esa interacción, ese acto comunicativo, ese diálogo, y hacer que la verdad se complete, se equilibre, se establezca desde dos miradas, dos perspectivas, dos puntos de vista. La razón no está en uno solo; está, pero de modo imperfecto, incompleto, inconcluso.
¿Cómo hacer? ¿Cómo hacer para construir, edificar, aportar al desarrollo de nuestro entorno humano y material? Dialogar, dialogar, conversar, conversar, hasta el cansancio, hasta la amanecida.
Y lo reitero, dos son necesarios, mínimamente. Tú y yo, yo y tú. ¡Nosotros!
No obstante, desde un tiempo a esta parte, nos hemos habituado a la individualidad, al individualismo, y a abandonar al tú, a ningunearlo, a no considerarlo, a no hacerlo parte de nuestras acciones, de aquellas que nos involucran a ambos, de nuestras decisiones, de aquellas que nos interesan a ambos.
¿Por qué esta práctica? ¿Por qué este abandono? ¿En qué ha derivado? En una menor identificación, en un leve conocimiento o reconocimiento del tú, casi en su invisibilización.
Ya es más común hacer referencias al otro casi como una tercera persona, no involucrada, no partícipe, no asociada al yo, en expresiones como, “ellos”, “él” o “ella”, que revelan a alguien ajeno al yo, a nosotros. No pretendo con esta descripción dar cuenta de algo absoluto, de algo generalizado, pero sí de algo que se reitera más de lo que quisiéramos.
Así, “ellos” más “ellos” no suma nosotros; no hay modo que ello ocurra.
Este individualismo, este egocentrismo, este ensimismamiento, ha tributado, un tanto, o un mucho, todo depende de quien lo juzga, a una cultura del egoísmo. Y no, no necesitamos de ella.
Es preciso, más hoy, transitar progresivamente a una cultura de la nostridad, construir un “nosotros”, si no dual, trial, o definitivamente, plural. Ese “nosotros” que involucre a un yo más un tú, mínimamente. Un nosotros, que sume, que multiplique, que sea fuerte, genuino, real.