Los investigadores Robert Rosenthal y Lenore Jacobson diseñaron y pusieron en práctica un experimento con la intención de demostrar «cómo las expectativas de los profesores podían afectar el rendimiento de los alumnos». Es decir, pusieron a prueba el efecto Pigmalión, al intentar averiguar si era cierto que la opinión del profesor sobre un alumno puede afectar o no a su desempeño en la escuela.
El experimento constaba de las siguientes fases: primero se realizó un test de inteligencia, cuyo objetivo era predecir el potencial académico de los alumnos. A continuación, dieron a los profesores los nombres de los alumnos que supuestamente tenían mayor potencial, pero estos nombres no se correspondían con los resultados del test, sino que fueron sacados al azar de un sombrero, y se aseguraron de que los niños no supieran lo que se esperaba de ellos.
Un año después se realizó de nuevo el test, observando que aquellos niños de los que los profesores esperaban un mayor rendimiento habían mejorado más que los alumnos sobre los que no habían dicho ni esperado nada. Al analizar los resultados y observar lo que éstos habían propiciado, pudieron identificar 4 motivos:
Los profesores crearon un clima más favorable con su lenguaje verbal y no verbal para los niños de los que esperaban más. Daban acceso a más información a aquellos alumnos que consideraban que podían aprovecharla mejor. Los niños escogidos tenían más oportunidades de expresar sus opiniones y corregir sus respuestas. El refuerzo que recibían por su trabajo y participación en el aula era más positivo, sus aciertos más premiados y los maestros eran más permisivos con sus equivocaciones.
Este experimento confirmó que la opinión que otros tienen de nosotros puede llegar a modificar, sin duda, nuestro comportamiento. Por ese motivo, debemos tener en cuenta que los más pequeños pueden hacer muy poco para corregir o mejorar esta situación; padres, entrenadores y profesores debemos:
- Prestar más atención a sus puntos fuertes que a sus debilidades.
- Asegurarnos de que el entorno ayuda a cuidar y fortalecer su autoestima.
- Trabajar sus áreas de mejora, prestando atención al esfuerzo y no siempre al resultado.
- No compararles constantemente con otros compañeros que puedan destacar en ese aspecto concreto.
- Reconocer sus aciertos.
- Entrenar la resiliencia, es decir, la capacidad de superar dificultades sin perjudicar nuestro autoconcepto y a través de nuestras propias destrezas.
En lo que a los adultos se refiere, es nuestra responsabilidad:
- Agradecer a nuestros pigmaliones positivos que nos ayudan a ver nuestras fortalezas.
- Alejarnos de los pigmaliones negativos, aquellos que ponen el foco en el más mínimo error que podamos cometer.
- Es bueno repasar por la noche todo aquello que durante el día hemos hecho bien. Tú también puedes ser tu propio pigmalión positivo.
- Dedica tiempo a tus talentos.
- Reconoce tus áreas de mejora como lo que son: oportunidades.
- Permítete no ser bueno en todo.
- Rodéate de buena gente.
Y lo más importante, cuando veas a alguien hacer bien algo, díselo. Se consigue más con premios que con castigos. Si Pigmalión consiguió darle vida a una estatua, qué no podrás conseguir tú.