Publicado por: Claudio Nuñez | martes 22 de abril de 2025 | Publicado a las: 22:37
El COVID-19 dejó una huella en nuestros hábitos alimentarios. Aumentó el consumo de ultraprocesados, la ansiedad ligada a la comida y los casos de sobrepeso ¿Qué desafíos persisten?
Han pasado cinco años desde que la pandemia de COVID-19 obligó al mundo a encerrarse. En Chile, los efectos del confinamiento, la incertidumbre económica y el estrés dejaron una marca en los hábitos alimentarios de la población, afectando directamente su salud nutricional.
Según Natalia Contreras, académica de la Escuela de Nutrición y Dietética de la Universidad Andrés Bello, “la pandemia provocó modificaciones significativas en la dieta de los chilenos. Las restricciones de movilidad, junto al estrés y la disminución del poder adquisitivo, llevaron a muchas personas a cambiar lo que comían, cuánto comían y cómo se relacionaban con los alimentos”.
Durante los meses de encierro, muchas personas optaron por alimentos de fácil acceso, larga duración y rápida preparación. El resultado: un aumento sostenido en el consumo de productos ultraprocesados y comida rápida. Esto no solo se tradujo en un deterioro de la calidad de la dieta, sino también en mayores riesgos para la salud. Estudios han demostrado que estos productos —ricos en grasas, azúcares y sodio— están directamente relacionados con el aumento de enfermedades crónicas no transmisibles.
“Muchos de estos alimentos ofrecen una solución rápida y económica en momentos de crisis, pero su valor nutricional es muy bajo. Su consumo excesivo puede generar consecuencias como sobrepeso, obesidad e incluso enfermedades metabólicas a largo plazo”, advierte Contreras.
La alteración de rutinas también afectó la frecuencia y cantidad de las comidas. Con más tiempo en casa, muchas personas comenzaron a comer más seguido y en porciones más grandes. De hecho, un estudio de Ipsos reveló que un 51% de los chilenos declaró haber subido de peso durante la pandemia, posicionando al país como el segundo con mayor porcentaje de aumento en Sudamérica.
Esto se sumó a la fuerte disminución de la actividad física. Según el mismo estudio, un 33% de los encuestados indicó haber dejado de practicar actividad física.
La ansiedad, el miedo y la incertidumbre también se metieron en la cocina. Contreras cuenta que varios estudios demostraron cómo el estrés pandémico influyó en la relación emocional con los alimentos. Muchas personas comenzaron a comer por ansiedad o tristeza, en lo que se conoce como “alimentación emocional”.
“La pandemia afectó la salud mental de la población y eso tuvo un impacto directo en la forma de alimentarse. Se observó un aumento en el consumo de alimentos menos saludables como forma de regular las emociones, algo que puede derivar en un círculo vicioso difícil de romper”, señala la experta.
A pesar del retorno a la “normalidad”, algunos hábitos adquiridos durante la pandemia han perdurado. Hoy, el desafío, explica Contreras, es doble: revertir los cambios negativos que dejó la crisis sanitaria y enfrentar las consecuencias que ya se han manifestado, como el alza en los índices de sobrepeso, obesidad, diabetes tipo 2 e hipertensión arterial.
“Es fundamental reforzar la educación nutricional y las políticas públicas que permitan acceder a una alimentación saludable”, enfatiza.
Para avanzar hacia una mejora de los hábitos alimentarios y mitigar los efectos de la pandemia, la académica UNAB entrega algunas recomendaciones clave: