Publicado por: Claudio Nuñez | lunes 11 de abril de 2022 | Publicado a las: 16:55
Escribe: Carolina Sanles Beltrán, encargada de Convivencia Escolar del Colegio Alemán de Temuco.
Los costos de esta pandemia traspasan las fronteras de la salud, pues ha implicado pérdidas en todo orden y nos aterrizó de golpe a la práctica diaria de reestructurarnos y adaptarnos a un contexto adverso. Significó un gran desgaste emocional, con costos que comenzamos a ver hoy, retornando a nuestras actividades en una “nueva normalidad” con mascarilla y distancia
El distanciamiento afectivo ha sido el costo en la salud mental de todos, la lógica del distanciamiento para estar sanos ha ido en desmedro del desarrollo social, el vivir como seres sociales, con discrepancias, el compartir visiones, el diálogo de experiencias. Somos un mundo en proceso de duelo, aún miramos estos últimos años como perdidos, con nostalgia por lo que no pudimos hacer o lograr y sorprendidos por algo que era predecible, la violencia siendo parte de lo cotidiano
Según datos entregados por Ciper, el año 2021 aumentó en un 43,8% los llamados al Fono Familia de Carabineros. Al respecto, el ministro de educación aseguró que un 30% de estas denuncias corresponden a hechos de violencia escolar, y un importante porcentaje de estas mismas corresponden a ciberacoso, siendo las mujeres las más afectadas con un 76,2%.
Los estudios en salud mental, nos anticipaban los daños colaterales y el costo silencioso de la pandemia. La depresión y ansiedad, eran antes de la pandemia las principales causas de discapacidad, junto con el consumo de alcohol (Fuente: Organización Panamericana de la salud, octubre 2020). La Superintendencia de Seguridad Social afirmó que el 2020 hubo un aumento de licencias médicas por trastornos mentales del 28,7%.
Podemos observar cuantitativamente cómo se han acentuado la violencia y las dificultades en la salud mental, lo que posiblemente se deba a la falta de interacción con otros. Sin embargo, en muchos casos este aislamiento develó lo que realmente había detrás de la rutina: soledad, abandono, negligencia y agresión.
El llamado es a detenernos a pensar en nuestra salud integral, a observarnos en nuestro actuar, en cómo nos relacionamos diariamente con el entorno físico y social. Es interesante cuestionarnos si, tal vez, hemos normalizado el uso de violencia al extremo de justificarla a través de estereotipos de género, pautas de crianza, relaciones interpersonales, espacios laborales, entre otros. La violencia muchas veces es solapada, cobarde y logra esconderse, normalizándose diariamente, pero visible a los ojos de un niño. En este sentido, la invitación es a nivel personal y desde ahí iniciar los cambios. La sobrevivencia nos lleva muchas veces y en diversos contextos, a evitar ver lo que nos hace parte del problema, por evitar el malestar. Y en esta línea lo más fácil sería pensar en que la violencia en los colegios estalló producto de algún gatillante externo, como la presencialidad en las clases, pero sin duda, existen una serie de factores que se encuentran a la base de esta problemática.
Tenemos una gran tarea como sociedad, acompañarnos en este proceso recordando que colegio y familia no son contrapuestos, sino fuerzas que se enriquecen en la colaboración. Nuestro deber es transmitir mensajes coherentes a los niños y jóvenes, evidenciando la responsabilidad personal de vivir en sociedad, transmitiendo valores éticos y morales que nos permiten diariamente convivir armónicamente, modelando a través de nuestro comportamiento la forma en que esperamos que ellos se desarrollen.
Vivir en sociedad nos enriquece y fortalece.