Publicado por: Karina Pavez | jueves 14 de enero de 2016 | Publicado a las: 01:28
Pocos días después de empezar mi primer trabajo, una colega entró a la oficina de mi equipo para quejarse de una «situación» en el baño.
No voy a entrar en detalles, sencillamente vamos a decir que para cierta persona la etapa de aprendizaje de cómo ir al baño debió haber sido un tanto retorcida.
No sé por qué (todavía no sé quién fue el autor de la hazaña, pero definitivamente no fui yo), en medio de su bronca sentí como si una pequeña flama se encendía bajo mi piel.
Pronto, olas de fuego se elevaban desde mi pecho hasta mi cabeza, mi cuello y mejillas se motearon con un rosado intenso, mientras que mis orejas se tornaron tan rojas como los rábanos.
Nadie me acusó de la fechoría… ni nadie tenía por qué saber que yo me podía sonrojar por cualquier cosa.
De hecho, mirando hacia atrás, parecería que pasé toda mi adolescencia, y mis 20, en un estado de vergüenza permanente.
¿Por qué estos sentimientos nos afectan con tanta intensidad? ¿Y por qué los seres humanos evolucionamos para mostrar tan visiblemente nuestra incomodidad?
En mi caso, mis mejillas sonrojadas solo hicieron que pareciera culpable cuando en realidad no lo era.
Charles Darwin intentó, sin éxito, encontrar un resquicio de razón por nuestro bochorno.
«Hace que el abochornado sufra y el espectador se sienta incómodo», escribió.
Sin embargo, psicólogos evolutivos están descubriendo hoy que esos sentimientos de vergüenza insoportable pueden a largo plazo ser cruciales para el bienestar.
¿Reacción al miedo de que te descubran o forma de pedir disculpas?
Una teoría es que se trata de una reacción natural al miedo de «ser descubierto».
El psicólogo Ray Crozier de la universidad de Cardiff ha entrevistado a muchas personas sobre las situaciones que las hace sonrojar, y descubrió que con frecuencia tiene que ver con la posibilidad de exponer algo privado –como una mujer embarazada que se sonroja cuando el tema de los bebés surge en una conversación- en vez de tratarse de un accidente o un paso en falso.
Aquí el rubor puede ser una reacción fisiológica a la conmoción de que su secreto puede estar a punto de salir a la luz, incluso si es motivo de celebración.
Aunque estas situaciones se sienten muy distintas a las terribles escenas en las que uno quiere que lo trague la tierra; como por ejemplo aquella vez en que llamaste a tu profesora «mami» (si te pasó, te entiendo completamente).
Algunas pistas vienen del reino animal y en la forma en que los primates subordinados lidian con el conflicto.
Mark Leary, de la Universidad de Duke, señala que en vez de arremeter inmediatamente, lo que a menudo hacen los chimpancés de alto rango es simplemente mirar a sus subordinados cuando han sido agraviados. Es una forma de decirles «fuera de mi espacio» o «deja mi comida».
Sin embargo, lo que es particularmente interesante es la forma en que el subordinado intenta apaciguar la situación, utilizando comportamientos que se parecen mucho al nuestro cuando nos sonrojamos: dejan de mirar a los ojos, de la misma forma en que nosotros lo haríamos, y bajan la cabeza como con «vergüenza».
«A menudo implica una sonrisa tonta y triste que se parece mucho a la de vergüenza de los humanos», explica Leary.
Todas estas acciones parecen decir «lo siento» y señalan el hecho de que queramos evitar más confrontaciones directas.
Según Leary, los humanos han podido llevar este comportamiento de sonrojo para ofrecer una «disculpa no verbal» y mitigar una situación incómoda.
Incluso podría explicar por qué el solo pensamiento de una fechoría puede sonrojar las mejillas, como lo pude comprobar con mi experiencia de la crisis del baño en la oficina.
«Incluso si eres inocente, es posible que no se pierda nada con transmitir malestar por haber sido acusado y decir ‘lo siento por sin querer haber dado una razón para sospechar en mí'», explica Leary.
«Picando» adelante
Quizás inconscientemente me estaba adelantando a cualquier agresión.
Leary piensa que un razonamiento similar incluso puede explicar por qué nos sonrojamos cuando sabemos que la gente nos está mirando (como cuando hablamos en una reunión), o cuando nos alaban; la cara sonrojada es una forma de decir que queremos evitar una atención no deseada (también nos hace ver menos presumidos, de manera que no estamos retando la autoridad de otros).
Y si te descubres sonrojándote de la fechoría de alguien más –como que tu padre expulse una ventosidad en público– es una señal no hablada de que reconoces sus errores y que te sientes incómodo rompiendo las reglas.
Hace un tiempo la psicóloga y presentadora de la BBC Claudia Hammond explicó en BBC Future que el sonrojo no se puede fingir, lo que significa que es una de las pocas cosas en las que podemos confiar sin ninguna sospecha.
La consecuencia es la gente que se sonroja tiende a ser considerada más cálida que las que no lo hacen.
Incluso la vergüenza se puede tomar como una señal de que eres una persona más altruista.
En la universidad de Berkeley, California, Matthew Feinberg filmó a varias personas mientras recordaban una fechoría de su pasado, y luego un panel los juzgaba de acuerdo a cuán avergonzados se mostraban.
En una posterior encuesta resultó que cuanto más fácilmente se sonrojaban, más posturas altruistas mostraron tener.
También eran más propensos a jugar honestamente en un juego cuyo premio era monetario.
En un experimento ulterior, Feinberg mostró a los participantes fotos de personas con expresiones de bochorno y les hizo una serie de preguntas como: «Si la persona fuera un compañero de estudios, ¿cuáles serían las posibilidades de que la invites a sumarse al grupo de estudios del que participas?»
La gente que se veía un poco más sonrojada era más propensa a ser incluida que aquellos que se veían tranquilos y calmados.
Sorprendentemente, la incomodidad de tener la cara roja puede aumentar la atracción sexual cuando estás frente a la persona que te gusta.
«Si están buscando por una pareja a largo plazo, podría indicar que eres alguien que no va a engañar», comenta Feinberg, quien ahora está en la universidad de Toronto.
«Así que esta es la forma en que la gente puede encontrar atractivo en alguien que se avergüence».
La historia puede ser distinta, advierte el experto, si solo están buscando una relación a corto plazo, donde a la persona le suele atraer más alguien que se muestre más segura –piensa en el imperturbable Daniel Cleaver (Hugh Grant) comparado con el torpe Mark Darcy (Colin Firth) en la película El diaro de Bridget Jones.
Si este conocimiento todavía no te ayuda a superar la humillación, podrías recordar que probablemente estás sufriendo el efecto de estar «en la mira»: siempre sobreestimamos la cantidad de atención que estamos teniendo y esto es particularmente cierto cuando nos sentimos avergonzados.
Para decirlo sin rodeos, no somos tan interesantes como nos gustaría pensar que somos.
Así que he aprendido a comparar esos momentos de vergüenza aguda con la fiebre que viene con la gripe; una molestia temporal, pero necesaria para nuestro bienestar a largo plazo.
«Realmente no queremos tener estos sentimientos y buscamos formas de reprimirlos y regularlos», comenta Feinberg.
«Pero a pesar de que la vergüenza no es placentera, está sirviendo un propósito».
Estoy seguro que todos conocemos personas que nunca han mostrado algún tipo de vergüenza -¿y realmente quieres ser como ellos?
La única cosa peor a sentirse avergonzado puede ser nunca haberse sentido así./BBC