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La pujanza del trigo y su molino «San Pablo» de Curacautín

Publicado por: Claudio Nuñez | jueves 25 de agosto de 2016 | Publicado a las: 15:27

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Por: Carlos Inostroza Carrasco

Periodista Patrimonial

No cabe duda que cuando hablamos de Curacautín, el molino San Pablo es parte de su historia y un ícono de la ciudad. Perteneciente a la familia Sola Ruedi, es uno de los más grandes de la zona con una altura sobre los 15 metros y un largo de 22 metros.

Al respecto el arquitecto y magister en historia, Cristián Rodríguez, manifiesta que esta construcción es importantísima dentro de la historia y la arquitectura de ese entonces, teniendo un valor patrimonial incalculable. “Esta es una estructura completamente de madera y su volumen adquiere gran presencia urbana al estar ubicado en una colina adyacente a un estero que alimentaba sus turbinas y que atraviesa la ciudad de oriente a poniente. Su revestimiento de madera dispuesto de manera vertical, le otorga riqueza a su fachada, junto con las ventanas de guillotina que componen su trazado”.

Historia

El molino tiene su origen en la sociedad formada en Valparaíso, el 28 de julio de 1896 por José Nixon y Juan Fowler.  En sus inicios, Nixon aporta el terreno y las dependencias, además de una turbina, un par de piedras para moler que existen ya depositadas en Curacautín, además del uso de las aguas necesarias del canal para el funcionamiento.

Posteriormente el 18 de abril de 1899 se disuelve la sociedad quedando como único dueño Juan Fowler, meses después lo acompaña Cristián Ruedi en la aventura y en 1904 se incorpora Pablo Ruedi. Para el año 1916 la propiedad del Molino era solo de la familia Ruedi, lo que trajo muchos dividendos a la actividad triguera. En 1925 este cuenta con tres pisos y  para 1926 se le construyen dos más, incluyendo una nueva turbina y maquinarias que son traídas desde Alemania.

Con todos estos antecedentes la bonanza del trigo era por ese entonces el motor de la economía local y en especial del Molino, el cual lamentablemente llega a su fin hace aproximadamente 10 años cuando cierra definitivamente sus puertas.

Hoy muchos molinos han desaparecido, otros en tanto, han desviado el curso de sus esteros, quedando abandonados y con solo el recuerdo de la pujanza que tuvo alguna vez el trigo. Hoy lo que aún se mantiene vigente, es la fuerza de sus propietarios por contar las historias que dieron lugar a estas enormes edificaciones.

 

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