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Opinión

El pupitre de Neruda /por Tadeo Luna

Publicado por: DiarioTiempo21 | martes 12 de julio de 2016 | Publicado a las: 18:23

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Por Tadeo Luna /Escritor

En sus memorias, “Confieso que he vivido”, Neruda recuerda que veía pasar el tren lastrero de su padre desde la ventana de su sala de clases.

Esto fue a partir de 1910, cuando a los seis años de edad el niño Neftalí es enviado al primer Liceo Fiscal de Temuco, ubicado al final de la calle Claro Solar con Zenteno, cuyo edificio bordeaba la línea del ferrocarril, hoy prolongación de calle Barros Arana.

El edificio era propiedad de don Osvaldo Bustos y tras el edificio se extendía una quinta de trece hectáreas interrumpida por el río Cangten. Allí estudió Neruda hasta 1920 y dos años más tarde el Liceo Fiscal fue trasladado a lo que había sido el Colegio Inglés, una ya antigua casona de madera de propiedad de Plácido Briones, primer rector del liceo fundado en 1888, construida en la esquina de la avenida Prat y calle Lautaro, actual Dirección de Extensión de la UFRO.

En 1933 fue nuevamente trasladado, ya como Liceo de Hombres, a su actual espacio de avenida Balmaceda, en donde por calle Lagos funcionó por años el Liceo Nocturno Plácido Briones, hoy en ruinas.

En este edificio de galerías frías con aulas más frías aún, celebró su centenario el histórico liceo que ya había cambiado su nombre por el de Liceo N° 1.

Y para celebrar esos cien años, fue que junto a don Daniel Rodríguez, volvimos una mañana al mismo edificio de Claro Solar que hoy ocupa la Segunda Comisaría de Carabineros, él en su calidad de rector del Liceo, y yo como periodista para registrar ese emocionante momento en que volvimos a la época donde en una de esas mismas salas, junto a la línea ferroviaria, Neruda miraba pasar el tren lastrero. Luego, tomamos el mismo camino que el poeta hacía diariamente desde  y hacia su casa en calle Matta, saltando sobre los durmientes de la línea.

En mi caso, además de nerudista (no confundir con nerudiano), consideré un privilegio impagable poder recorrer las salas del liceo donde estudió el niño Neftalí Reyes con su amigo Gilberto Concha Riffo (Juvencio Valle).

En el ala oriente del viejo edificio había cuatro aulas vacías que durante los últimos veinte años habían sido calabozos para los cientos de detenidos que pasaron por allí durante la  dictadura.

El caso es que durante la visita guiada por un carabinero excepcionalmente experto en diplomacia, la delegación liceana recorrió las amplias salas derruidas y cada uno se apoyó en esas ventanas con la plena certeza de que en una de ésas Neruda tenía que haber visto pasar aquel tren conducido por su padre, cuando sentía deseos de escapar para confundirse entre el humo, el olor a carbón y el traqueteo áspero del ferrocarril, al menos más agradable que el raspado de la tiza sobre el pizarrón.

Además de aquellas salas vacías, me llamó la atención una bodega, al fondo, con un grueso candado. “Es el galpón de los muebles viejos. Nadie lo ha abierto desde hace muchos años porque es propiedad del Fisco”, explicó el atento policía.

Un par de años más tarde, un proyecto de Obras Públicas propuso la prolongación de la calle Barros Arana hasta San Martín y desde ahí a Padre Las Casas.

Urbanísticamente fue la solución ideal, pero hubo que morder, derruir, demoler el ala donde estudió Neruda para abrir la nueva calle. Fue un atentado al escaso patrimonio nerudiano que nos queda y del que nadie tomó conciencia.

El caso es que al destruir aquella ala del edificio, hubo también que deshacerse de los cachureos contenidos en aquella bodega que siempre permaneció con llave. Gente con carretas, carretones y hasta camiones recibieron todo este desecho que sirvió de leña para el fuego, escritorios que pudieron servir de mesas en las viviendas pobres, sillas endebles que con un par de clavos podían aguantar el peso un tiempo más… y algún pupitre con todas sus maderas que fue a dar a una venta de cachureos de donde fue rescatado por la esposa de un poeta.

Ya explico por qué fui testigo de todo este proceso. En 1989 llegué vivir a calle David Perry, que converge con Barros Arana y la misma que hoy se prolonga hasta San Martín. Era mi ruta diaria caminando desde mi casa el centro de Temuco.

En esta calle está el lugar en que se echó abajo parte del viejo liceo, con sus cuatro salas y la bodega de desechos. El pupitre en cuestión, de entre el mobiliario inútil, fue a dar a dos cuadras de mi casa, en una venta de cachureos. En enamorarme de él y comprarlo… hubo cierta distancia por el precio que el viejo cachurero le puso al hermoso mueble. Para mí que sabía lo que estaba vendiendo, pero no lo dijo.

Sabiendo cómo yo sufría por tan preciada prenda a tan poca distancia de mi casa, mi mujer y mi hija pagaron el valor y me lo regalaron para un cumpleaños. Hoy, sólo recuerdan que al comprarlo el cachurero comentó que el pupitre “era de una escuela que hubo en la comisaría”.

Todo coincide.

Es probable que mi imaginación peque de fantasiosa.

No existe certeza de que Neruda haya ocupado alguna vez este pupitre.

Nada asegura que el pupitre haya sido de la misma sala en la que estudió el poeta.

Pero sí tengo un cien por ciento de certeza en que el pupitre perteneció al ex Liceo Fiscal de Temuco, desde donde Neruda veía pasar el tren lastrero conducido por su padre…

Eso, nada más, lo constituye en una joya…

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