Publicado por: Claudio Nuñez | jueves 23 de mayo de 2019 | Publicado a las: 11:37
«Y estando Jesús en Betania, en casa de Simón el leproso, vino a él una mujer, con un vaso de alabastro de perfume de gran precio, y lo derramó sobre la cabeza de él, estando sentado a la mesa» (Mat. 26: 6, 7).
«Al ver esto, los discípulos se enojaron, diciendo: ¿Para qué este desperdicio?»… Judas fue el primero en hacer esta sugerencia y pronto otros se apropiaron de sus palabras. ¿Para qué este desperdicio? María por un tiempo había reservado este frasco de ungüento. Lázaro, su hermano, había sido rescatado de la tumba y restituido a su familia por la palabra y el poder del Salvador y, ahora, el corazón de María rebozaba de gratitud…
Este incidente está lleno de instrucción. Jesús, el Salvador del mundo, se está acercando al momento en que ha de ofrecer su vida por un mundo pecador. No obstante ni siquiera los discípulos comprendían lo que estaban por perder. María no podía razonar sobre este tema. Su corazón estaba lleno de un amor santo y puro. El sentimiento que la embargaba era: «¿Qué le daré al Señor por todas sus bendiciones?» Este costoso ungüento –de acuerdo a la tasación de los discípulos– era una muy humilde expresión de su amor por su Maestro. Pero Cristo valoraba este obsequio como una expresión de su amor, y el corazón de María rebozaba de una paz y una felicidad perfectas.
Cristo se deleitaba por la actitud sincera de María de hacer la voluntad del Señor. Aceptó aquella manifestación de purísimo afecto, que sus discípulos no pudieron entender… El perfume de María era un regalo de amor y este hecho era lo que le daba valor a los ojos de Cristo… Jesús vio que María se encogió, avergonzada, esperando un reproche de Aquel a quien amaba y adoraba. Por el contrario, escuchó decir al Maestro: «¿Por qué molestáis a esta mujer? Pues ha hecho conmigo una buena obra. Porque siempre tendréis pobres con vosotros, pero a mí no siempre me tendréis. Porque al derramar este perfume sobre mi cuerpo, lo ha hecho a fin de prepararme para la sepultura. De cierto os digo que dondequiera que se predique este evangelio, en todo el mundo, también se contará lo que ésta ha hecho, para memoria de ella». Jesús no recibiría ningún otro ungimiento, pues el sábado estaba cercano y ellos observaban el reposo sabático conforme al mandamiento…
La disposición de María de ofrecer este servicio al Señor era de mayor valor para Cristo que todo el perfume de nardo y ungüento que pudiera haber en el mundo, pues manifestaba todo el aprecio que ella sentía por el Redentor del mundo. Era el amor de Cristo que la constreñía…
María, movida por el poder del Espíritu Santo, vio en Cristo a Aquel que había venido a buscar y a salvar las almas que estaban por perecer. Cada discípulo debió haber sido inspirado por una devoción semejante (Manuscrito 28, 1897). (E. G. White).