Publicado por: Claudio Nuñez | domingo 22 de mayo de 2022 | Publicado a las: 01:07
“Siempre fue anunciado por esos personajes, grises y normales, su propósito de quebrar los cimientos del proceso más democrático que ha tenido Chile en su historia, como es la nueva Constitución. Su meta, salpicar los errores del apunte republicano y menos todavía que el borrador viera la luz, propiciando una hoguera digital a la vista de toda la audiencia”.
Escribe: Jorge Tabja, periodista y editor.
La filósofa alemana Hanna Arendt (1906-1975), una de las más renombradas del siglo XX, sitúa la banalidad del mal como una expresión que nos dice que personas simples y normales pueden ser cómplices y promotoras de grandes males para una sociedad.
Calígula, Hitler o Pinochet, y una lista casi infinita, también tenían visos de individuos comunes y corrientes, pero alguien y a la vez muchos, fueron el sostén del andamiaje que construyeron un mal peor, el mal radical, que buscan apaciguar las conciencias y propósitos de los individuos, atentando a su propia sobrevivencia. Este encuentro indeseado -y virtuoso para otros- entre la ciudadanía y la élite pone en perspectiva la construcción del jardín que queremos.
Siempre fue anunciado por esos personajes, grises y normales, su propósito de quebrar los cimientos del proceso más democrático que ha tenido Chile en su historia, como es la nueva Constitución. Su meta, salpicar los errores del apunte republicano y menos todavía que el borrador viera la luz, propiciando una hoguera digital a la vista de toda la audiencia.
Entonces, qué hace que una sociedad moderna se vea envuelta en un halo de destrucción a partir de individuos normales. Déjenme amplificar brevemente esta afirmación con aquellos que, sumidos en la maquinaria de la irreflexión y obediencia, y en su calidad de individuos sin importancia ni poder, se autoconvencen de encontrarse a salvo y expiado de sus acciones y culpas.
El sofista griego Protágoras dice: «Yerra por falta de saber quien yerra en la elección de los placeres y de los sufrimientos», reforzando los escritos de San Agustín que en la ignorancia se funda el origen del mal y su libre albedrío.
Los burócratas y la incapacidad de revelarse ante las consecuencias éticas y morales construyen modelos totalitarios y absolutos, los disfrazan de democracia o populismos que enarbolan los ánimos de los individuos comunes y corrientes «…de aquellos que nunca pensamos que serían capaces…». Disiento de Hanna Arendt y María Zambrano, que el mal radical emana preferentemente de Estados totalitarios menguando la humanización de los individuos, entonces qué pasa cuando el Estado ha sido dividido, mal gastado y jibarizado ¿No existen los burócratas privados?, aquellos que nos dicen gentilmente: «no puedo hacer nada por usted»
Estamos insertos entre paraísos e infiernos, como un camino bidireccional recurrentes en la democracia. Nietzsche nos advierte que los acontecimientos han sido reemplazados por las interpretaciones y el poder instala sus propias valoraciones a través de los medios. Tal vez Michel Foucault (1926-1984), sociólogo e historiador francés, ampliaría la imposición de las pseudo-verdades también a las redes sociales.
Los esfuerzos por trivializar el mal de toda culpa han sido ampliamente estudiados, especialmente a través de imágenes de destrucción, que transmitidas al espacio íntimo y por saturación de las mismas, terminan por domesticar a su audiencia.
Acaso les resulta estridente la guerra de Ucrania y Rusia o el exterminio de Palestina y Siria. Más cerca aún, los desenlaces fatales de la destrucción, en cámara lenta, de comunidades mapuches, trabajadores y bosques en el sur del país, como si fuera una reconquista moderna. En esta magnitud, ahorcar la democracia con delincuencia, paros, incendios y western es un detalle que los medios locales cubren de sobremanera.
Administrar conciencias es modelar y buscar acceder al mercado de las creencias que festinan con los fake news (noticias falsas), los juicios críticos infundados o la defensa de los titulares sin acceder a los contenidos. Son los mañosos relatos, de bots de carne y hueso, los que se toman la realidad.
El principio del Chile mágico, en la nueva Constitución, era eliminar el escudo patrio, perseguir las finanzas y expropiar fondos y propiedades ¿creyó en el corralito criollo? No lo culpo sí lo hizo, solo había que verificar.
Hemos puesto por encima una sobrevaloración de los santos inocentes, grises y corrientes, sumidos en los males del sistema. Debemos convivir y asumir que las democracias y sus bordes fronterizos están repletos de peligros, especialmente las provenientes de los «hombres y mujeres que carecen de importancia». Es ineludible defender y luchar con las armas que proporciona la búsqueda de la propia objetividad, individual y original. Entonces, solo así podrá decidir cómo quiere su jardín.