Publicado por: Claudio Nuñez | domingo 6 de agosto de 2023 | Publicado a las: 11:26
Escribe: Francisco Huenchumilla, Senador por La Araucanía
Esta semana se inicia la negociación de las enmiendas al interior del Consejo Constitucional. Afuera, todo conduce al rechazo anticipado del proyecto. Sigo creyendo que el juego aún está abierto. Depende de muchos factores.
La cantidad de enmiendas, pero sobre todo, la intensidad y retórica utilizadas para explicarlas, han llevado a varios analistas a calificarlas como la contraversión identitaria de una derecha radical, en respuesta al proceso constitucional anterior. Hay otros autores que le quitan hierro al proceso, y que siguen pensando que las indudables formas correctas con las que ha sido llevado el mismo, pueden concluir con soluciones anodinas que dejen insatisfechos a todos, pero con una nueva Constitución definitivamente.
El escenario oscila entre una deliberación imposible, versus una reflexionada desilusión. Así, el Consejo Constitucional estará frente a dos espejos rotos en su discusión, y frente a una simplificación plebiscitaria que cierra el desacuerdo como decisión.
No creo que el Partido Republicano nos muestre un espejo roto de imágenes que trazan intereses variopintos. No es el espejo roto de la Convención Constitucional que, sin orden ni concierto, acumulaba fragmentos de todos los “ismos” posibles en sus lecturas parciales de la realidad (indigenismo, veganismo, animalismo, latinoamericanismo, feminismo, regionalismo, etc.) No es que esas propuestas fueren impugnables por sí mismas; sino que, de tanta fragmentación, se perdían las oportunidades vitales del país, desdibujando la noción de que la Constitución no es el lugar de todas las respuestas para siempre, sino que es el procedimiento que nos permite encontrarlas de vez en cuando, unas hoy, mañana otras, con el pluralismo democrático central para ir en variadas direcciones.
El espejo republicano de las enmiendas obliga a éstos a hacerse cargo de su autoría. Deben explicarnos qué pensaban al formularlas. Pero hay en ellas que nos permiten indicar que no son precisamente un espejo roto. Muestra una imagen nítida, y ese es su problema principal. Son parte de un plan complejo, excluyente, y no constitucional.
Complejo, porque quiebran consensos de las discusiones públicas de las décadas democráticas. El 89 es impugnado, porque retroceden en la posición de los tratados internacionales en el orden interno, mandatada por el actual Artículo 5° de la Constitución. Impugnan el feminismo blando que se trazaba desde las reformas de 1999, y que adquirió una nueva dimensión política con las cuotas electorales y el principio de paridad en los años 2016, 2021 y 2023. Omiten el mínimo avance en materia de pueblos indígenas, volviendo a situar en el ostracismo la materia. Impugnan tanto cada década, como a los que participaron en ellas.
Y justamente por lo mismo, promueven un tipo específico de exclusión. No solo no toman en cuenta los nuevos movimientos, oscilando entre ignorancia total y cuestionamiento radical. Pero, sobre todo, excluyen al mundo de los treinta años; proponen sólo un diálogo a la derecha, y a ese sector como protagonista de los acuerdos. Es la impugnación final a la derecha que pretende sustituir.
Es un artefacto ingenioso para preguntarle una y otra vez: ¿Dónde estuviste cuando rechazaste la exención de contribuciones a la primera vivienda? ¿Cómo votaste el principio de focalización del gasto social? ¿Por qué no sumaste a la idea de subvención por estudiante en el financiamiento escolar, sin gastar recursos en la anquilosada educación pública, que exige financiamientos basales y otras condiciones institucionales? ¿Qué hiciste con la propuesta de integrar impuestos en la Constitución para evaluar mejor su proporcionalidad, y obtener rebajas tributarias?
Lo buscado es una sustitución, no una ruptura. Ambas derechas no rompen con el mercado de capitales, con nombre y apellido de las instituciones que lo sostienen, y para lo cual no dudan en tener normas tan claras. La institucionalidad de la que abjuran no es la de los treinta y tantos años de capitalización; sino que la de sus cargas públicas, medidas en impuestos, justicia social y lucha contra la desigualdad.
Por eso, dichas enmiendas superan doblemente lo constitucional. Lo superan, porque difícilmente podríamos sostener que no incursionan en modalidades específicas de políticas públicas, reconfigurando el estado actual de cosas. Pero es probable que estas iniciativas no prosperen, salvo que entremos en la segunda dimensión de superar lo constitucional. No es un espejo constitucional, sino que realmente estamos frente a un espejismo electoral. Están estas enmiendas aquí presentes, para indicarnos cómo se desencadena la gran batalla electoral de la contienda presidencial de 2025.
Los republicanos han utilizado cada plebiscito para dar saltos electorales. Por eso no es nada descartable que se apruebe una nueva Constitución en diciembre. Porque toda la complejidad argumentativa se reduce a una sola respuesta: “a favor” o “en contra”. Es ir a los penales sin jugar el partido. Votar sin deliberar. El Plebiscito es un ejercicio reduccionista de soluciones a más de 500 problemas públicos de muy diversa entidad que regula cada Constitución, más o menos, bajo esa sola respuesta única. Y es insatisfacción garantizada, porque transforma el contrato social en un contrato de adhesión con demasiada letra pequeña.
En Chile nadie estudia las luciérnagas, pero sí se han reportado en diversas zonas del sur; entre ellas, en mi región. En medio de zonas húmedas aparecen, con su resplandor lumínico, en medio de la ciénaga. ¿Podrán esta vez asomar, dando luces sobre el camino para evitar la exclusión, la instrumentalización electoral y el reduccionismo constitucional?