Publicado por: Claudio Nuñez | lunes 12 de octubre de 2020 | Publicado a las: 12:04
Hoy, en general, los chilenos fallecen en el hospital, en la urgencia esperando quizás un milagro, o peor aún, en cuidados intensivos. Los niños han desaparecido de la escena, se les oculta la muerte, y las monjas han sido sustituidas por eficaces enfermeras y auxiliares. Ojalá también la humanidad del trato del médico, sentado al borde la cama, y de la monja, sigan presentes en unos cuidados humanizados hoy por parte de los médicos y enfermeras.
Hay un cuadro de Picasso que no es muy conocido. “Describe, en términos aún realistas, una mujer moribunda en una cama en su casa, con un médico sentado al lado que le toma la mano y el pulso, y al otro lado una monja que le ofrece una taza de líquido con un remedio mientras carga a un niño pequeño que está observando toda la escena.
Esa era la forma habitual de morir en el siglo XX en España, en la propia casa, acompañados de la familia, incluidos niños, vecinos, parientes, que velaban después al difunto en su habitación. Era la forma de morir de nuestros abuelos. Nuestros padres ya han fallecido de otra manera, con más años de edad, en el hospital y como resultado de alguna situación crítica dentro de un proceso largo de enfermedades crónicas”.
Estas son reflexiones del Dr. Francisco León, director del Centro de Bioética, U.Central. Las compartimos porque al escuchar las intervenciones de las más altas autoridades del país en torno a las dramáticas consecuencias del covid-19, parece más importante los efectos en la economía, que señalar las letales consecuencias en la vida. Es que 16 mil vidas de chilenos de todas las condiciones sociales, especialmente los más vulnerables, parece que son valoradas solo como dato más para las estadísticas.
A pesar que los dos ministros de Salud que han asumido este liderazgo en espete período, tienen especial preocupación para aparecer en los canales de televisión, especialmente, señalan las medidas, planes y programas para enfrentar la pandemia; indican los nuevos contagiados diariamente, hospitalizados en los servicios UTI y UCI, regiones y comunas con mejores o peores resultados. Y al final, como un dato anecdótico, se indican que en las 24 horas anteriores, se perdieron cientos o decenas de vidas.
“Hoy, en general, los chilenos fallecen en el hospital, en la urgencia esperando quizás un milagro, o peor aún, en cuidados intensivos. Los niños han desaparecido de la escena, se les oculta la muerte, y las monjas han sido sustituidas por eficaces enfermeras y auxiliares. Ojalá también la humanidad del trato del médico, sentado al borde la cama, y de la monja, sigan presentes en unos cuidados humanizados hoy por parte de los médicos y enfermeras.
Ninguna ley exige, ni siquiera la Ley chilena de Derechos y Deberes del Paciente, que el médico o la enfermera sonrían, se sienten al lado de la cama, y tomen la mano de un moribundo. Sin embargo, que un médico o una enfermera jamás sonrían a un paciente, nunca se sienten con ellos, o les den la mano, significa que no son buenos profesionales de la salud. Les falta humanidad, empatía, compasión, solidaridad, precisamente los valores más necesarios para ayudar a las personas a afrontar el final de su vida y la muerte”, señala el doctor.
Podríamos decir que el virus nos trata a todos por igual, nos pone igualmente en riesgo de enfermar, de perder a alguien cercano. El virus demuestra que la comunidad humana es igualmente frágil, y los más frágiles entre todos van a sufrir las peores consecuencias. Sí, son nuestros ancianos y enfermos.
Entendemos que sí no recuperamos la economía, no podremos tener los recursos para enfrentar de mejor forma la pandemia. Lo que necesitamos, es las políticas públicas estén orientadas para ofrecer más dignidad tanto en la vida como en la muerte. No queremos mejor salud para fomentar la riqueza, sino precisamente lo contrario: más riqueza para enfrentar con decoro la muerte. Eso daría más sentido a nuestras vidas.