Publicado por: Claudio Nuñez | sábado 12 de octubre de 2019 | Publicado a las: 13:01
Cada vez que veo una noticia sobre feminicidio pienso como habrán sido las últimas horas de las víctimas.
Giovanna Giusti
Pienso en sus días previos a ser asesinadas, en cuántas veces perdonaron, en cuántas veces depositaron su confianza en el hombre que terminó con sus vidas. Las veo en sus horas de soledad, planeando una vida distinta. Atormentadas cuestionándose que han hecho mal. Quizás vienen a su mente los ecos de aquellas voces que alguna vez le advirtieron lo que podría pasar.
Las imagino secando sus lágrimas y escondiendo la pena para recibir a sus hijos que vuelven del colegio, evitando que noten su calvario. Las imagino estoicas en sus trabajos ocultando su realidad, esa realidad que en lo más profundo de su corazón, esperan que algún día cambie.
También las veo rodeadas de gente, alegres, conversadoras, dando consejos a sus amigas y aparentando estar bien, mientras a su mente llegan las imágenes de la noche anterior, en que sus maridos entre golpes y hálito alcohólico las trataba de putas, inservibles o mantenidas.
A otras las veo aisladas, temerosas, sumidas en el horror que se han convertido sus vidas, paralizadas por el miedo a tal punto de desear la muerte, porque ella es la única que podría darles un poco de paz.
Todas ellas invisibles para una sociedad y una institucionalidad que espera a encontrarlas descuartizadas, apuñaladas, disparadas, ahogadas en el fondo de un río, o sepultadas bajo capas de cemento para recién reaccionar.
El feminicidio es un tema que atraviesa todas las esferas sociales, su común denominador es que las víctimas son mujeres vulnerables emocionalmente, que han pedido ayuda, que han dejado entrever de una u otra forma la realidad que las azota y que tuvieron la mala suerte de cruzar sus vidas con hombres que creían tener derecho sobre ellas.
No es menor que a la fecha, en Chile ya vayan 35 mujeres asesinadas, que cada año las víctimas lleguen a mas de 50 y que en total, en los últimos 10 años 515 mujeres han sido asesinadas por hombres con los cuales establecieron relaciones matrimoniales o ex matrimoniales o de convivencia.
Me preocupa como una sociedad puede aceptar el asesinato de cientos de mujeres y que nuestros gobernantes no hagan nada desde las estructuras del Estado para evitarlo y erradicarlo. Me angustia que a pesar de estas cifras y de todas las manifestaciones de organizaciones feministas, aún la opinión pública siga poniendo el acento en la forma y no en el fondo. Me sorprende ver que a la gente le impacte más un grupo de mujeres desnudas con cuerpos pintados y con colas de caballos que el mensaje que llevan. Me perturba que se ponga en discusión el feminismo como contrario al machismo y no la verdadera lucha que se está dando.
Ayer fueron mujeres que posiblemente no conocías, mañana puede ser tu madre, tu hermana, tu hija o cualquier mujer de tu círculo. Seguramente en ese momento reaccionarás y dejará de importarte la forma y agradecerás que estas mujeres a las que otrora juzgabas, estén siendo la voz de las tuyas que ya no están. Posiblemente tengas que pasar por esto para que pongas freno a los comentarios misóginos de tus amigos en el grupo de whatsapp o dejes de mirar a las feministas como feminazis, dejes de hacer bromas al respecto y empieces a salir del espacio de privilegio que la vida te otorgó solo por el hecho de ser hombre.
El feminicidio es solo la expresión más dramática de la violencia de género que está presente en el día a día, pero que esconde toda una serie de prácticas arraigadas en una cultura machista, cultura que desde niñas nos inculcó que los hombres son superiores y que las mujeres les debemos respeto y obediencia.
Muchas de nosotras hemos sido testigo de las situaciones de privilegio de los hombres dentro de nuestras familias, desde el quedar exentos de las labores del hogar, hasta recibir el plato más contundente a la hora de comer. Algunas, erróneamente, hemos seguido repitiendo conscientes o inconscientemente esos mismos patrones. Crecimos escuchando «los hombres no lloran» y la «mujer es el sexo débil».
Las palabras construyen realidades y esas realidades van formando personalidades. Por eso es importante no solo el cambio de conciencia si no también el del lenguaje, a todo nivel.
Partiendo por el núcleo familiar que es donde la violencia contra las mujeres tiene su origen ya que es ahí donde la mujer experimenta la primera opresión en forma de esclavitud doméstica, potenciada por un modelo social capitalista-patriarcal, que se ha encargado de encasillar a la mujer dentro de la familia en su rol de reproductora y del cuidado de los hijos.
Los medios de comunicación por su parte, son espacios de entrega de información, pero también de construcción de realidades y de opinión, por eso es tan relevante el tratamiento que ellos le dan a las noticias cada vez que una mujer es «encontrada muerta» cuando en realidad fue brutalmente asesinada.
Y lo más importante, el Estado debe garantizar el acceso de las víctimas a la justicia, ya que en muchos de los casos los asesinos habían sido antes denunciados e incluso algunos de ellos estaban con medidas precautorias. Demostrando con esto, que para ellas el sistema no funcionó.