Publicado por: Claudio Nuñez | lunes 19 de agosto de 2024 | Publicado a las: 19:06
Por Fabián Pérez, académico Departamento de Humanidades, UNAB.
Es difícil comprender lo que está ocurriendo en Venezuela, aun teniendo toda la información en cuenta. A poco más de dos semanas del proceso electoral, la situación sigue teñida de tensión, incertidumbre y con un gobierno de facto que ocupa la represión como herramienta política en contra de opositores vociferantes, detractores medianamente silenciosos e, incluso, moderados chavistas cuestionadores. A pesar de la polarización existente en los últimos meses —arrastrada desde años, en realidad— el gobierno de Maduro radicalizó la retórica y escaló la intervención en la población: a la vigilancia vertical estatal, sumó la horizontal, es decir, ciudadanos persiguiendo ciudadanos.
Para Maduro, la tecnología ha sido uno de los puntos en fricción, tensión y obsesión en las últimas dos semanas. La aplicación móvil utilizada usualmente para avisar sobre incidencias, cortes de electricidad o pedir asistencia técnica por fallos en la infraestructura urbana, fue transformada en una plataforma digital para delatar opositores, avisar movimientos y actividades que los vecinos considerasen medianamente sediciosas, exacerbando la enemistad cívica, polarizando al extremo a una población ya de por sí dividida y sembrando el temor y la ansiedad de la sospecha.
Luego, la arremetida contra la plataforma de comunicación WhatsApp, herramienta imperialista y facilitadora de la sedición; días más tarde se sumó la suspensión temporal de la aplicación X, del enemigo de la libertad de los pueblos, Elon Musk, y, ahora último, una cruzada contra TikTok, paradójicamente de origen chino, aliados de Maduro, por ser “promotora de la guerra civil”, solo por suspender las emisiones en vivo del líder del régimen. Maduro, implacable y delirante a partes iguales, se ha sostenido en la retórica del abismo —“yo o la nada, yo o el caos”— y ha intentado construir a un enemigo externo con el fin de unir a una población que ya no cree nada, fracturada por años de recesión económica y la mentira de una promesa de libertad mezquina y esquiva, siempre alejada por culpa del bloqueo y los poderes fácticos, de Estados Unidos y el fascismo, o el enemigo de turno que parezca generar consenso entre las filas del chavismo más duro, por decir algo, aunque en parte sea cierto.
Acá el patrón de conducta sigue la lógica estructural de cualquier régimen autoritario: aislar a la población del resto del mundo y confundir a este último respecto de lo que realmente está pasando en Venezuela. El aislacionismo, el manejo de los medios de comunicación y la unificación de un criterio nacional y nacionalista. ¿Qué podría haber detrás del discurso de Maduro? ¿Qué le importa a América Latina y cuáles podrían ser las posibles salidas de esta crisis, si es que hubiera? Son más las preguntas que las certezas.